El fin del Estado del Bienestar

La semana pasada, el Rey Guillermo-Alejandro de los Países Bajos daba a su pueblo una noticia muy poco usual: el modelo del Estado de Bienestar ha llegado a su fin.

A pesar del alarmismo de muchos, la declaración del monarca evidencia que el llamado Estado de Bienestar, lejos de convertirse en la panacea de todos los males, es una verdadera tragedia para Europa.

¿Cuáles han sido las consecuencias del Estado de Bienestar?  Hace ya más de un siglo que el economista francés Fréderic Bastiat afirmó que este modelo europeo suponía institucionalizar el «pillage réciproque» o saqueo recíproco. Porque los recursos son escasos, uno puede pensar que si no recibe un determinado subsidio o una subvención para cualquier proyecto (por alocado que sea), algún otro lo recibirá en su lugar. De esta manera, los gobiernos han tenido que prometer y garantizar progresivamente más ayudas sin ningún criterio de eficiencia, hasta tal punto que la situación es insostenible. Se han creado incentivos perversos y los beneficiarios no quieren renunciar a las ayudas. «Es justo», afirman, «estamos cogiendo simplemente lo que pagamos con nuestros impuestos».  Las economías se han endeudado y ahora debemos asumir una crisis de la deuda soberana.

Lo mismo ocurre con la tragedia de los bienes comunales. Siguiendo el refranero español, «lo que es del común, es del ningún». La estructura de bienes y servicios públicos ha traído como consecuencia el derroche en su consumo. Todos los pagamos con nuestros impuestos, pero realmente no somos conscientes de ello y a menudo afirmamos que la sanidad, educación, pensiones, etc, son servicios gratuitos. Asimismo, la falta de una correcta asignación de derechos de propiedad de los bienes ha traído como consecuencia el problema de las llamadas «externalidades negativas», siendo especialmente importante la contaminación y sobreexplotación de los recursos naturales. No hay nada más perjudicial que un sistema que no permite realizar un cálculo económico congruente.

El dilema es pues muy claro: reconocer el fracaso del Estado de Bienestar o perpetuar su insostenibilidad en el tiempo, endeudando Europa y esquilmando el ahorro necesario para un mejor futuro de los que vendrán. 

Los menos interesados en un cambio son nuestros políticos, que año tras año han engordado sus presupuestos e incrementado su poder. Serán ellos quienes suban los impuestos a los contribuyentes para pagar toda la deuda. Ellos privatizan las ganancias de su poder y socializan los costes al pueblo que legítimamente representan.

El debate más controvertido en estos momentos es el de la sostenibilidad de las pensiones en España. Vemos constantemente en los medios la revisiones del Pacto de Toledo, edad de jubilación y prestaciones. No nos engañemos. Sin querer dar cifras estadísticas, que son una invitación a la manera más pedante y oficial de contar una mentira, prefiero ofrecer un análisis más simple: el sistema de pensiones públicas está basado en los llamados esquemas de Ponzi, es decir, que para que sea sostenible, la base de la pirámide poblacional que paga las pensiones debe crecer indefinidamente. Esto no está sucediendo, más bien todo lo contrario. La población activa que ha de mantener a los pensionistas es cada vez menor.

Es el momento de derribar estos mitos en torno al Estado de Bienestar. Afirmar que ciertos servicios han de ser públicos simplemente porque siempre han sido así no es una explicación razonable. El sistema ha colapsado y debemos ser responsables de nuestras decisiones en el futuro inmediato que aseguren un verdadero bienestar para los jóvenes y los que aún están por llegar.

 

 

 

 

Adam Smith…¿padre de la economía política?

Si tuviéramos que destacar la singular naturaleza del economista, muy pocos dudarían en resaltar la característica más genuina que lo define: su innata capacidad para discutir y poner en duda todo aquello que observa, aunque se trate de hechos comúnmente aceptados por la sociedad. Pocos temas hay en economía que no sean cuestionados. El fin está bien justificado, pues se pretende crear debate científico para ampliar el conocimiento, aunque en la realidad la mayoría de las veces dicho debate queda subordinado al interés político o ideológico.
Galbraith hace una brillante referencia sobre este asunto cuando menciona a Adam Smith:
“Los economistas tienen fama de no ponerse de acuerdo entre sí, pero suelen coincidir en una cosa: si la economía tiene un padre fundador, éste es Adam Smith”

Sin embargo, en honor a lo anteriormente dicho, me atrevo a poner en duda que fuese Adam Smith el padre de la economía política.
El economista austriaco Murray N. Rothbard, en su excelente obra de Historia del pensamiento económico, demuestra que en efecto hubo un economista que con anterioridad a Adam Smith, escribió un tratado de economía con igual o superior brillantez a «La Riqueza de las Naciones». Este economista es Richard Cantillon.

Cantillon es un personaje que está aún por descubrir en la ciencia económica. De origen irlandés, nuestro economista emigró a París en 1.714 en busca de un futuro prometedor. Y así lo logró. En la Francia arruinada tras la Guerra de Sucesión española, el recién ordenado regente duque de Orleans tenía problemas para solucionar los graves problemas financieros del país. En este escenario, un escocés llamado John Law, logró con astucia ganarse el favor del regente, llegando a ser el Inspector General de Finanzas de Francia. Valiéndose de su cargo, inició la famosa ola especulativa del Mississippi. John Law encontró en Richard Cantillon un socio inteligente para ayudarle en su empresa. La política de Law, recogida en su obra “El dinero y el comercio: una propuesta para proveer de dinero a la nación”, se basaba en una clara expansión de la masa monetaria por parte del gobierno para cubrir su déficit. Es decir, el Estado tenía la obligación de incrementar la oferta monetaria conforme a las necesidades del comercio y la actividad económica.
Cantillon se asoció con Law, pero antes de estallar la burbuja, Cantillon vendió astutamente sus participaciones y se hizo millonario a costa de la ruina de millones de personas. Aunque moralmente la actitud de Cantillon podría no ser admisible, no cabe duda de que fue inteligente, ya que Cantillon fue capaz de percibir el momento en que los precios de las acciones comenzarían a bajar drásticamente.
Alrededor de 1.730 publicará su “Essai sur la nature du comerce en géneral”, aunque no se editará hasta 1.755 y tardará muchos años más (hasta 1.931) en traducirse al inglés. Como bien advierte Francisco Cabrillo,” para algunos especialistas, el Ensayo es la mejor obra de economía escrita en el siglo XVIII, superior incluso al libro de Adam Smith, por lo que cabría atribuir a su autor el título de padre de la economía política”

Padre de la Economía Política.

Murray N. Rothbard expone el trabajo científico de Cantillon destacando los puntos más relevantes de su producción teórica:

En primer lugar, la metodología: Para Rothbard, Cantillon es el primero de los modernos al centrarse en el análisis económico sin atender a las preocupaciones éticas y políticas como en su momento hicieron los escolásticos y los mercantilistas respectivamente.
Igualmente, Cantillon hace uso de la abstracción económica según el experimento Gedaken. En economía, el concepto de experimento Gedaken resulta muy interesante, ya que supone utilizar la deducción lógica y la abstracción para llegar al entendimiento de la realidad, sin necesidad de experimentos de laboratorio. Esta metodología choca radicalmente con el enfoque positivista de la economía convencional, que utiliza el método de las ciencias naturales para intentar medir las variables económicas y falsar empíricamente toda teoría. Cantillon se basa en el análisis “ceteris paribus” para hallar relaciones de causa-efecto. En su tratado comienza con un modelo muy simple, y progresivamente le va dotando de mayor complejidad.
En segundo lugar, Rothbard señala el valor y el precio: Cantillon concibe la formación de los precios a partir de un bien valorado y demandado por los consumidores, una demanda que es siempre subjetiva. Frente a la concepción clásica, Cantillon afirma que el valor intrínseco de cualquier bien no sirve de nada si dicho bien no tiene su demanda en el mercado de la mano del consumidor, y por ello determina las ventas y el precio.
En tercer lugar, se encuentra el papel del empresario: El empresario cantilloniano es emprendedor por naturaleza. Además, este empresario está operando en un ambiente de incertidumbre, debido a que el entorno en el que actúa está constantemente cambiando como consecuencia de la realidad dinámica en la que opera, y por tanto el empresario está sometido a un riesgo. El acierto y el error existen en sus previsiones. El esquema neoclásico no comprende el riesgo del empresario en la búsqueda del beneficio. Es por esto que economistas como Schumpeter afirman que el riesgo no es sostenido por el empresario, sino por los bancos que financian sus proyectos. Además, Cantillon apunta que el beneficio es la recompensa de una previsión exitosa. Esta idea ha sido desarrollada por economistas austriacos como Israel Kizner y Jesús Huerta de Soto, señalando que el beneficio empresarial es el incentivo que mueve al empresario a ejercer su función empresarial.
No obstante, la aportación más importante de Cantillon a la economía ha sido su investigación sobre el dinero y análisis de procesos.
Para Cantillon, el oro no tiene un valor intrínseco que se derive del coste de producción. Su valor es fruto de las valoraciones subjetivas de los sujetos. Igualmente, el papel moneda no tiene coste de producción alguno, pero el mercado le otorga un valor referente al oro o la plata en los que puede convertirse. Intuitivamente a través de esta idea, Cantillon ya percibe el peligro que puede suponer el imprimir papel moneda ficticio que no sea respaldado por este oro o plata, y es que se daña la confianza en el dinero, algo que podemos extrapolar a la situación actual de desconfianza absoluta en el sistema financiero por parte de los agentes económicos. Sin embargo, esta enseñanza tan importante ofrecida por Cantillon, con anterioridad a Adam Smith, ha sido desdeñada por los economistas venideros. No es exagerado apuntar por tanto, siguiendo la línea de Hayek, que la teoría económica keynesiana e intervencionista a partir de expansiones de la masa monetaria ha supuesto un retraso definitivo en el pensamiento económico, precisamente por ignorar a economistas como Cantillon. Precisamente sobre el proceso de expansión monetaria, Cantillon establece que dicha inyección de dinero se introduce paulatinamente en el sistema, por lo que los precios no se elevan de un modo homogéneo. Este punto es clave para entender el papel del dinero. En efecto, para los economistas neoclásicos, el dinero no es importante, ya que su función es únicamente la de facilitar las transacciones. El dinero es un simple velo. La famosa teoría cuantitativa del dinero así lo postula. Incluso el Premio Nobel Milton Friedman afirma con rotundidad que si bien en el corto plazo el dinero podría afectar a los precios relativos, en el largo plazo es neutral. Cantillon, siglos antes demostró que las políticas monetarias expansivas sí tienen un efecto sobre los precios relativos, influyendo primero en el precio de una serie de bienes determinados, como podría ser el sector de la minería en el ejemplo de Cantillon (sectores a los que el Estado dirige los recursos), para expandirse posteriormente al resto del sistema económico.

En definitiva, hemos visto que el trabajo de Cantillon es de una gran relevancia, y que por tanto la paternidad de la economía política como ciencia, hasta ahora representada por Adam Smith, podría resultar cuestionada en el futuro por parte de los historiadores de la economía.

La Quimera de la Austeridad

Siempre resulta curioso comprobar cómo ciertas palabras o términos, tales como «rescate», «austeridad», «ajustes», etc, son conceptos tan manidos por la sociedad española hoy en día que los aceptamos espontáneamente sin pararnos a reflexionar sobre su significado. En mi humilde opinión, comparto la observación del notable economista Nassim Taleb cuando, en su excelente ensayo «The Black Swan», afirma que el poder del Estado y de la prensa para manipular este tipo de términos supone una verdadera propaganda que, lejos de informar al público, trata de evitar que se produzca un debate científico alejado de puras cuestiones ideológicas.

Esto ocurre por ejemplo con el llamado Plan de Austeridad del gobierno de España.  Muchos sectores han manifestado un rechazo absoluto a los recortes del gasto público (recortes que en su mayoría, se refieren a un descenso en el incremento de los presupuestos generales del Estado). Sin embargo, en el momento en que analizamos el concepto de austeridad, podemos comprender cómo realmente nos encontramos ante un mito oscurantista.
Hay dos indicadores económicos que miden el gasto público. El primero, que es el que atrae toda la atención del ministerio de Hacienda, es el déficit público, que mide el desajuste negativo entre los gastos realizados por el Estado y los ingresos que éste percibe (la contabilidad nacional no considera los ingresos financieros a este respecto). Actualmente el objetivo del déficit público para el año 2013 se sitúa en el 6,5% del Producto Interior Bruto. Sin ánimo de ser una especie de gurú, es muy difícil creer que dicho objetivo se alcance.
El segundo indicador económico importante para medir la capacidad de financiación de la economía española es el ratio de deuda pública sobre el PIB. En estos momentos dicho indicador arroja un resultado superior al 90% de deuda pública/PIB.
A la vista de ambas medidas, queda claro que el Estado español continúa manteniendo una estructura de gasto claramente insostenible. Y si bien es cierto que otros datos de nuestra economía pueden ofrecer un mayor optimismo a nivel de reducción de desempleo y superávit comercial, lo que no puede negarse es que ahora debemos afrontar una crisis de la deuda soberana.
La crisis económica que venimos padeciendo desde hace ya cinco años evidencia una clara descoordinación entre el nivel de inversión y la tasa de ahorro de nuestra economía. Es decir, las economías domésticas (familias y empresas) y el Estado están sumamente endeudados. Por ello no puede pretenderse, a raíz de las políticas hasta ahora aplicadas, que el problema del déficit y la deuda se solucione a través de un incremento de los ingresos fiscales. Todo aumento de impuestos, especialmente aquellos que afectan al ahorro, impide que la economía privada pueda liquidar sus deudas, ya que las familias disponen de una menor renta disponible.
El verdadero ajuste debe producirse por la partida de gastos. A pesar del alarmismo social, el gasto público en España se mantiene a niveles más altos que en el año 2009 (es especialmente relevante el incremento de gastos de personal. Véase el análisis en el diario Expansión en http://diegosanchezdelacruz.wordpress.com/2013/09/10/radiografia-del-gasto-publico-en-espana-2009-2013/)

Es por esto que debemos formularnos la siguiente pregunta: ¿podemos afirmar realmente que el gobierno está aplicando una política eficiente de austeridad? Es el momento de analizar la sostenibilidad del llamado Estado de Bienestar. En lugar de subir los impuestos, debemos plantearnos una seria reducción de los gastos públicos.  

Son muchos los economistas que hoy en día rechazan el ahorro por parte de la economía pública y privada. Algunos de ellos, como Paul Krugman, sostienen que la raíz del problema es una falta de demanda agregada. Por ello, afirman, el Estado debe impulsar dicha demanda con programas de estímulo público y monetario.

España ya ha destinado 8.000 millones de euros al famoso «Plan E» de estímulo público, lo cual no sólo no ha resuelto el problema del desempleo sino que además lo ha agravado con un mayor endeudamiento que se traducirá en progresivas subidas de impuestos para pagar dicha deuda. No obstante, el argumento de  Paul Krugman sigue siendo el mismo: «Aún no se ha gastado lo suficiente».

El mayor reto que España debe afrontar es la japanización de la economía. Si no se realiza una contundente reducción del gasto público ni se eliminan las trabas para que la economía privada se capitalice, nuestro país podrá entrar en una recesión prolongada en los años venideros.

No obstante,  ¿quién pone el cascabel al gato? 

La economía de los Cañones o Mantequilla

Quiero presentar este blog intentando resolver las dudas que inmediatamente a cualquier lector le han podido surgir al entrar en esta página y encontrar en su cabecera un título tan poco usual como «Cañones o Mantequilla». ¿Por qué emplear dos términos tan simples y a la vez tan poco relacionados entre sí?

Más allá del puro marketing con el que intento atraer al mayor número de lectores posible (algo que sin duda admito tener en cuenta), muchos podrán encontrar un referente importante de este título en algunos de los manuales clásicos de economía (como el famoso «Samuelson» estudiado por varias generaciones de estudiantes) que se utilizan en las universidades para explicar los «Principios» de una ciencia tan controvertida en nuestros días como es la ciencia económica.

En efecto «Cañones o Mantequilla» es el modelo más empleado por los economistas para explicar la llamada Frontera de Posibilidades de Producción (FPP). Pues bien, la FPP es una curva que representa las cantidades máximas posibles de bienes y servicios que pueden producirse en una economía. A partir de unos factores de producción dados (tierra, trabajo y capital), un país puede producir unas cantidades óptimas de dos bienes: cañones o mantequilla. Es por esto que, al ser los recursos siempre escasos, la sociedad tiene un «trade-off» que implica una decisión: producir más cañones supone tener menos mantequilla, y viceversa. Por ello hablar de cañones «y» mantequilla sería incorrecto al no recoger el problema de la escasez en economía.

Veamos las implicaciones más relevantes de este sencillo ejemplo. La economía existe desde que el ser humano ha de elegir, es decir, desde siempre. Porque los recursos son escasos existe la economía. Ahora bien, teniendo esto en cuenta hay una pregunta fundamental que me atrevo a plantear: ¿es la tarea última de la economía estudiar el problema técnico de la asignación de recursos «susceptibles de usos alternativos»?  Más allá del mero problema técnico, la economía convencional ignora la cuestión más importante, que es la que precisamente ataca a sus cimientos. Si efectivamente el individuo tiene que elegir entre unos determinados medios para conseguir sus fines, ¿qué papel juega la información? ¿está «dada» y es perfecta tal y como asume la ciencia económica? En el momento en que abordamos el problema del conocimiento y de información en economía, podemos entender que  el estudio de esta ciencia es algo más complicado. La información no es un dato objetivo que puede ser almacenado por parte de cualquier agente. Esto evidencia que la intervención de los gobiernos en la asignación de los recursos resulta más cuestionable de lo que pretenden hacernos ver. Asimismo, la economía es esencialmente dinámica. Los seres humanos, en el curso de nuestras acciones en el tiempo, trazamos planes que continuamente pueden verse frustrados por la incertidumbre. Nuestros fines cambian constantemente y por ello resulta imposible concebir la economía sin la acción humana.

Por ello en este blog se pretende mostrar la economía que no se ve (como diría Bastiat), que está más allá de un problema matemático de asignación de recursos y que sitúa como elemento principal al agente económico que, lejos de ser un homo oeconomicus que tiene información perfecta y es atemporal, es en cambio un individuo que actúa y emprende, que está sometido a una incertidumbre inevitable. La economía convencional ha construido en base a supuestos falsos una serie de mitos, de algún modo oscurantistas, que aquí intentaremos derrumbar.

Porque esto de la economía es algo más complejo que una simple elección entre cañones o mantequilla…