España crece, a pesar del Estado

Ayer se hizo público el Informe de Coyuntura Económica del Servicio de Estudios del BBVA en el cual se estima un crecimiento del PIB español del 0,9 % en el presente año 2014. Dicha estimación coincide con la del prestigioso economista Daniel Lacalle, y corrige al alza otras previsiones realizadas por diversos organismos como el FMI.

¿Podemos sentirnos optimistas? En efecto, el crecimiento esperado supone la creación de empleo neto, si bien el paro no descenderá del 25% en 2014.

Desmenuzando las conclusiones del informe del BBVA, podemos analizar ciertas señales que evidencian el esfuerzo de la economía privada frente al despilfarro del sector público.

A pesar de los sucesivos incrementos de impuestos, la enorme deuda privada de las familias se reduce paulatinamente en 40.000 millones de euros durante el año 2.013, mientras que la deuda pública ronda ya el 100% del PIB. Y es que, a pesar de que el Gobierno nos hable de austeridad (el BBVA advierte de que el gobierno producirá un incumplimiento del objetivo final del déficit del 6,5%) , lo que hay es apalancamiento, propiciado por unas instituciones monetarias que continúan con las políticas expansivas. ¿Cuánto tiempo podrá la señora Yellen en Estados Unidos, y el señor Draghi en Europa mantener los tipos de interés a mínimos sin comprometer los objetivos de inflación? Si el gobierno de España continúa con esta tendencia, corremos el peligro de que se produzca una «japanización» de la economía española, con una deuda impagable y un estancamiento económico crónico.

A pesar de que nos dicen que el Estado de Bienestar está garantizado, se precisa una seria contención del gasto público y no persistir en incrementar los ingresos públicos. Los gobiernos han tenido que prometer cada vez más ayudas y subsidios, y sencillamente, el sistema es insostenible. El economista Tom Palmer(véase su «After the Welfare State»), estima un desfase presupuestario (esto es, la diferencia entre lo que el gobierno espera gastar y lo que espera ingresar a través de impuestos) en Europa de unos 53 trillones de euros en el año 2.010.

Por ello, queda claro que el problema no puede solucionarse a golpe de imprimir billetes, estimular la demanda e incrementar el gasto público.

El crecimiento debe basarse en un nuevo modelo por el lado de la oferta, el ahorro y el capital. Dos son las reformas estructurales en las que hay que ahondar: la fiscal y la LABORAL.

El BBVA pide una reforma impositiva que atraiga la inversión extranjera y favorezca el ahorro. El gobierno debe reducir inmediatamente los impuestos sobre la renta y el capital, de manera que la renta disponible de las economías domésticas aumente. El fraude fiscal no es justificable, pero sí se entiende cuando los impuestos son demasiado altos.

Por último, la reforma laboral. No es comprensible abordar políticas estructurales en el mercado de trabajo sin considerar la insostenibilidad de las pensiones públicas, algo que a nuestros políticos no les interesa debatir. Es necesario reducir los altos costes de contratación y de despido, así como revisar la ley de contratos y los convenios laborales. Deben generarse incentivos y ligar los salarios a la productividad del trabajador, no al incremento del IPC.

Por tanto, podemos sentirnos optimistas, pero sólo en el corto plazo. La crisis no ha terminado, y ha evidenciado los graves problemas estructurales que padece la economía española y la europea en su conjunto. El modelo tradicional basado en el gasto público que crea incentivos perversos sobre el ahorro debe dar paso a un sistema más libre donde la competitividad y el capital sean los pilares en los que se asiente un crecimiento sostenido. De otra manera, las generaciones venideras no podrán progresar, y deberán pagar nuestro despilfarro.

Entre dos Premios Nobel…

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Habitualmente, cuando se analizan las diferentes políticas económicas, tendemos a diferenciar bruscamente entre políticas socialistas y políticas liberales. Hay claros ejemplos en la historia reciente que no dejan dudas. Personajes como Stalin en Rusia o a Mao Tse-Tung en China quedan claramente vinculados al socialismo más extremo. Y lo mismo diríamos de Reagan en Estados Unidos o Thatcher en Reino Unido respecto del liberalismo.

Dentro del liberalismo, en economía suele hablarse indistintamente de dos grandes iconos: Milton Friedman y Friedrich Hayek. Digo indistintamente porque, si bien todo el mundo sabe que ambos economistas eran liberales, es menos sabido que existían diferencias importantes entre ellos, por lo cual, un buen economista debe tener mucho cuidado cuando trate de precisar con claridad sus contribuciones a la ciencia económica.

Milton Friedman (1.912-2006) fue el líder de la Escuela de Chicago, y representa el actual modelo sobre el que se asienta el sistema financiero. Al estudiar los ciclos económicos de auge y recesión, el economista americano emplea una metodología de tipo empírico. Friedman analizó los datos de la oferta monetaria durante los años previos a la Gran Depresión de los años 30, y halló que tras un periodo de expansión de la oferta monetaria que alimentó la burbuja inmobiliaria, una vez ésta hubo estallado, las autoridades monetarias comenzaron a reducir bruscamente la oferta ante el temor de la inflación.

Para Friedman y los monetaristas, el principal error es dejar que caiga la oferta monetaria. Paradójicamente, los bancos centrales deben  acudir a los bancos privados en calidad de prestamistas de última instancia e impedir que el grifo de la liquidez se cierre hacia la economía real.  La receta que proponen para evitar los ciclos económicos es la fijación de una regla monetaria que limite el margen de maniobra de los bancos centrales hacia la consecución de un determinado objetivo de inflación. Una tasa moderada de inflación (entre el 2%-4%) no representa ningún problema, concluye Friedman.

Para Friedrich Hayek (1.899-1.992), la explicación de los ciclos es bien distinta. Como economista liberal miembro de la Escuela Austriaca, el origen de los ciclos no radica en un fallo de mercado, sino en un problema de tipo institucional. Los Bancos Centrales representan el monopolio de la emisión de dinero. De esta manera, al expandir artificialmente la oferta monetaria en base a un objetivo «político» de inflación, el tipo de interés actúa como una señal falsa de mercado que descoordina el comportamiento entre inversores y ahorradores.

Los empresarios creen que existen más recursos financieros disponibles y se lanzan a invertir masivamente en bienes de capital (inmobiliarias, tecnológicas, etc), cuando en realidad el deseo de los ahorradores de financiar dichas inversiones no ha aumentado. Todo lo contrario, dado que la expansion crediticia  también les incentiva a ellos consumir más y endeudarse. Por tanto, la inflación es la esencia del propio ciclo, ya que crea las burbujas de activos.

Hayek rechaza la receta monetarista, ya que sigue permitiendo que el dinero sea el juguete de los políticos. Por ello Hayek propuso la vuelta al patrón oro que de verdad limite la oferta monetaria de un modo real, y no bajo la arbitrariedad de cualquier político o gobernador de los bancos centrales. Un patrón oro, asegura Hayek, conduciría a una deflación ligera, lo cual es mucho más preferible para los economistas austriacos. Al final de su vida, el economista austriaco desarrollaría una teoría alternativa al patrón oro basada en una competencia privada entre monedas. El objetivo, el mismo: eliminar el monopolio estatal de la emisión de dinero.

Vemos por tanto que las diferencias entre Friedman y Hayek son muy claras, y si bien ambos compartirían el común denominador del liberalismo (mercado libre, propiedad privada, interés individual, etc), ninguno de los dos estarían satisfechos de que sus aportaciones se confundiesen o desdibujasen en el pensamiento económico…