
En las primeras líneas de su obra, Von Mises comienza por introducir el propio concepto del término “burocracia”, discutiendo el sentido oprobioso o peyorativo del mismo. Y es que este concepto ha sido profundamente estudiado por parte de teóricos tanto liberales como socialistas, ofreciéndose numerosas críticas desde ambas posturas. En este sentido, Mises expresa que son muchos los economistas socialistas que conciben la burocracia como un intento de frenar la inexorable llegada del socialismo, el cual se proyectaba como el estadio superior en la historia.
Recordando las lecciones de Marx y su materialismo determinista, el socialismo debía llegar con la “inexorabilidad de una ley natural” tras la caída del capitalismo. Es por esto, que los seguidores de Marx encuentran un problema en la configuración de la burocracia, supuestamente diseñada para garantizar un Estado de Bienestar que está retrasando la llegada del socialismo.
El contexto histórico en que se plantea esta problemática se enmarca tras la Gran Depresión de los años 30, cuando el Presidente de los Estados Unidos, Roosvelt, aprueba la polémica New Deal, que se concibe como el plan de estímulo estatal para combatir la recesión que afectaba al país. Este momento será clave según Mises, ya que supone el inicio de la creciente burocracia, un fenómeno que desafiaba al sistema tradicional de gobierno basado en la división de poderes. En efecto, los burócratas son elegidos por otro burócrata de mayor rango en la jerarquía del aparato administrativo, no mediante elección. En los años 40 el aparato burocrático crece progresivamente en tamaño y en funciones, llegando incluso, siguiendo a Mises, a entrometerse en las decisiones de las cuestiones privadas.
Mises afirma que el avance de la planificación socialista supuso el germen de la burocracia. Una planificación justificada vigorosamente por la gran mayoría de políticos y economistas. La depresión de los años 30 y la aparición de los fascismos en países como Italia y Alemania evidenciaban la crisis del sistema democrático y de la economía de libre mercado, hasta tal punto, que los propios defensores del liberalismo fueron ignorados y degradados en el campo académico y político. El propio Mises y posteriormente Hayek, máximos exponentes de la Escuela Austriaca del momento, cayeron en el olvido intelectual frente al floreciente keynesianismo que propugnaba el intervencionismo.
Así, en este contexto de gran acogida, la burocracia se consolida por métodos constitucionales no reaccionarios en Estados Unidos.
Una de los efectos más perversos de la burocracia fue la implantación de un sistema de control de precios. Se crea la OPA (Office Price´s Administration), que supuso una forma de totalitarismo. En este sentido, siguiendo la línea argumental de Hayek, el control de precios se tornaría especialmente peligroso. Los precios son las señales que orientan al mercado, y con ello, las decisiones de los agentes económicos (empresarios y consumidores), transmitiendo la información necesaria sobre la disponibilidad de los factores productivos, los gustos de los consumidores, y en definitiva, los medios y fines que constituyen la esencia de toda acción humana.
Además, desde el punto de vista de Mises, podemos plantearnos la pregunta de cómo el Estado puede obtener la información que necesita para valorar dichos precios. Y es que en una economía socialista que no se basa en un sistema libre de precios, el cálculo económico por parte de los agentes es imposible. De aquí la imposibilidad teórica del socialismo estudiada por nuestro autor.
No obstante, a pesar de que la Escuela Austriaca tenía razón en el campo teórico, en la realidad nadie se atrevía a dudar de la necesidad de la planificación estatal en los mercados a través de la burocracia. El colectivismo ganaba el terreno al individualismo, víctima de todos los ataques posibles. El individualista no es más que un egoísta, pues únicamente se guía por el interés privado y niega el bien común de la sociedad.
Mises reivindica en su trabajo el verdadero concepto del capitalismo, que significa la soberanía del consumidor en el libre mercado y la del votante en las elecciones.
Los progresistas, en cambio, dan un paso más cuando comienzan a tratar el problema de la “burocratización” de las grandes empresas. Y es que, así como en el Estado era imprescindible la gestión burocrática para guiar a la sociedad hacia el bien común, en cambio en la esfera privada, la burocratización de la gran empresa suponía un peligro frente al buen hacer del pequeño empresario propietario. Es por esto, que también se requería el control del gobierno de la Nación sobre estas empresas.
Podemos referirnos en este caso a Schumpeter, uno de los economistas más polémicos desde el punto de vista austriaco, ya que a menudo se suele identificar a este economista como miembro de la Escuela Austriaca. Sin embargo, las aportaciones de Schumpeter no defienden en modo alguno la postura subjetivista y liberal de esta escuela de pensamiento. Esto es así debido a que Shumpeter desarrolló la llamada teoría de la creación destructiva, donde pone de manifiesto la cuestión de la burocratización de la empresa. Desde su punto de vista, las grandes empresas tienden inexorablemente a la burocratización dentro de las economías de libre mercado (desde una óptica puramente mecanicista y marxista que choca radicalmente con la concepción austriaca), y este hecho supone la crisis del modelo capitalista, por lo que siguiendo el esquema schumpeteriano, la economía tenderá hacia el socialismo[1]. Es evidente por tanto la total falta de relación en el pensamiento schumpeteriano con la perspectiva praxeológica y subjetivista propia de la Escuela Austriaca.
Mises expone, ante la crítica progresista, la genuina esencia de la Acción Humana, basada en la función empresarial y la creatividad ejercida por todos los agentes. La continua coacción institucional propia del Estado frena e impide totalmente este axioma. A través de los impuestos sobre la renta se impide a la pequeña empresa ahorrar y prosperar, por lo que le es imposible competir con las más grandes. Siguiendo este punto, no sería alocado pensar que dicha situación podría desembocar en la aparición de un monopolio u oligopolio rígido, y sin embargo los bárbaros gañidos de los defensores de la planificación clamarán que se trata de un fallo de mercado.
Mises concluye esta primera parte de su trabajo recalcando que la burocracia se constituye por tanto como un elemento inherente al Estado. No obstante, es necesario señalar que el propio economista austriaco admite que siempre es indispensable una mínima función burocrática para lograr la cooperación social, y en este caso se refiere, por ejemplo, al servicio de la policía y del ejército, llegando incluso a decir que “la defensa de la seguridad de la nación ó de una civilización contra la agresión por parte de los enemigos externos e internos es el primer deber de todo gobierno”[2].
El problema, según Mises, aparece cuando esta burocracia interfiere en las decisiones de la esfera privada, dificultando e incluso eliminando el cálculo económico y la economía de libre mercado.
Es interesante igualmente hacer referencia, frente a esta última idea de Mises, a la posición de Murray N. Rothbard, economista austriaco y uno de los discípulos más brillantes de Mises.
Desafiando a su maestro, Rothbard dedicará gran parte de su producción teórica a estudiar la posibilidad del anarcocapitalismo, es decir, la ausencia total del Estado en la sociedad, afirmando que cualquier función mínima que dicho Estado pudiese realizar, sería ejercida de una forma más eficiente por la iniciativa privada.
1) El beneficio empresarial:
Habiendo establecido ya el marco analítico de su estudio, Mises comienza por dar una definición del capitalismo, entendido como el sistema de cooperación a través de la propiedad privada de los medios de producción. El objetivo por parte del empresario no es otro que el de la obtención de beneficios, a la vez que el sistema de libre mercado asienta la soberanía del consumidor. Y es que únicamente bajo el capitalismo puede realizarse el cálculo económico mediante la libre formación de los precios. Este cálculo económico permite al empresario la viabilidad de sus proyectos mediante la disposición de unos factores de producción escasos y su posible combinación. Asimismo, el cálculo permite ajustar la producción de las empresas a las demandas de los consumidores, sin importar cuáles sean éstas. Por ejemplo, si el consumidor demanda bebidas fuertes frente a las suaves, la empresa debe adaptarse. El gobierno pretende no obstante desde una posición paternalista evaluar y decidir las necesidades del consumidor. Mises manifiesta que tales decisiones no le corresponden al gobierno, comportándose de una forma moralmente impertinente. Y además, aunque pudiéramos admitir a efectos dialécticos la obligación moral del Estado paternalista, Mises concluye que tales decisiones son propias de cada persona, guiada por sus juicios de valor y los cuales son siempre puramente subjetivos, relativos y cambiantes, y no objetivos o divinos.
Siguiendo en la explicación del capitalismo, Mises critica duramente la metodología de la economía estática, que teoriza una visión errónea del sistema. Así, discute la ecuación de que el precio de venta de los bienes y servicios es igual a los gastos en los que el empresario incurre. Esta ecuación no da margen de beneficios. Todos los empresarios ofrecen exactamente lo mismo ante unos consumidores que demandan lo mismo, sin cambios en los gustos. En la praxeología de las ciencias de la acción humana, la economía opera en un entorno dinámico a través de la empresarialidad. Los costes de producción dependen del precio de venta que los empresarios anticipan, y no al revés como se establece en la ciencia económica imperante. Por tanto, la incertidumbre está siempre presente en este entorno. Si el empresario triunfa, ganará beneficios. Pero esto no es asegurable en modo alguno. El acierto y el error existen, y el empresario ha de permanecer en alerta (recordemos el “alertness” que caracteriza al empresario, siguiendo la teoría de Kitzner).
La Acción Humana niega la posibilidad del socialismo al impedir éste el cálculo económico. No obstante, tal y como expresa Mises, “…los burócratas ven en el fracaso de sus medidas precedentes una prueba de que son necesarias ulteriores intromisiones en el sistema de mercado”.[3]
Esta afirmación se cumple perfectamente si analizamos los sucesivos intentos de aumentar la intervención estatal en la actual crisis económica, ya sea mediante políticas de creación de empleo o mayor regulación sobre las empresas.
En la realización del cálculo económico, Mises destaca la importancia de la contabilidad y la estadística, que son las herramientas fundamentales que le permiten conocer al empresario la marcha de todos los departamentos de la empresa y así ejercer eficientemente el control y la responsabilidad delegando en los directivos de cada departamento, procurando que no se produzcan pérdidas.
En consecuencia, la gestión basada en el beneficio empresarial es la única que ofrece incentivos a mejorar. Si el empresario actúa mal sufrirá la penalización del consumidor soberano.
En definitiva, el capitalismo permite la cooperación de los agentes a través de la gestión basada en el lucro o beneficio.
Mises examinará a continuación la gestión burocrática.
[1] Partiendo de la teoría schumpeteriana, posteriormente otros economistas profundizaron en la burocratización de las empresas. Entre ellos, podemos citar a Galbraith y su obra “El Nuevo Estado Industrial”, donde persiste de nuevo en la burocratización de las empresas como consecuencia de la tendencia oligopolística por parte de las modernas economías de mercado.
[2] Véase Mises, Burocracia. pp 44. Unión Editorial (2005)
[3] Mises, Burocracia. pp 52.