El pasado 9 de enero se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de James Buchanan, fundador de la Escuela Public Choice y Premio Nobel de Economía en el año 1.986 por «haber elaborado los fundamentos de los contratos teóricos y constitucionales para la toma de decisiones económicas y políticas».
La Public Choice no es una escuela económica. En cambio, puede definirse como una corriente de pensamiento que se aproxima a la ciencia política a través del empleo de los métodos y modelos económicos para tratar de explicar cómo funcionan los gobiernos y la clase política.
Los teóricos de la Public Choice reciben una gran influencia del economista Wicksell, quien insistía en estudiar el papel del Estado más allá de la mera imagen de «déspota benevolente». En efecto, la economía de Keynes había diseñado las funciones clásicas del Estado definidas posteriormente por Richard Musgrave, a saber: provisión de ciertos bienes y servicios públicos, redistribución de la riqueza y estabilización de la economía.
James Buchanan y sus colegas trabajaron para desmitificar esta concepción de Estado paternalista, y lo hicieron precisamente a través de la base metodológica del homo oeconomicus (hombre económico). Los políticos, al igual que el resto de los individuos, son agentes que tratan de maximizar su utilidad, sujetos a ciertas restricciones. Por ello, una de las conclusiones claves de Buchanan es que el objetivo prioritario de los gobiernos no es el bienestar colectivo de la ciudadanía. El único interés de los políticos es mucho más sencillo: ser reelegidos para gobernar.
El problema del «mercado político» es que la oferta y la demanda no funcionan como en el resto de mercados. En primer lugar, la oferta de servicios públicos que un partido político puede prometer es únicamente eso, palabras al viento que habrá que esperar a que se confirmen con el tiempo. Respecto a la demanda, esto es, los votantes, tal y como demostró Anthony Downs (también miembro de la Public Choice), es que los ciudadanos nos encontramos en un estado de «rational ignorance» o ignorancia racional. Esto significa que los votantes no disponemos de información ni de motivación para evaluar los posibles costes o beneficios de votar racionalmente.
Por ejemplo, si votamos por una determinada sanidad pública, no podemos saber cuál es el verdadero coste de la misma, ni tampoco sabremos los beneficios que obtendremos de dicha sanidad (tal vez, particularmente yo pueda pagar muchos impuestos para financiar la sanidad pública y jamás tener que usarla por no ponerme enfermo). Esta circunstancia evidencia que votemos al menos malo, o tal vez votar contra el político al que odiemos.
Debido por tanto a la incertidumbre en el tiempo, los políticos pueden prometer tanto como quieran.
Dicho esto, es fácil aplicar la teoría de Public Choice al caso de España. Si bien podría considerarse un avance el hecho de que la Constitución española fuese modificada para imponer un techo del déficit público para el Estado central y las autonomías, el Gobierno siempre guarda un as en la manga.
Reflexionemos: ¿ por qué Montoro, Rajoy, o cualquier político de turno únicamente se centran en los datos del déficit público mientras que, en cambio, ignoran la cuestión de la deuda pública que, por cierto, ya ronda el 100% del PIB?
La óptica de la Public Choice responde con claridad: Al gobierno de España no le importa la recuperación de la economía. No hay planes de austeridad. No existen recortes sobre el Estado porque ataca a sus propios intereses. Lo que buscan es el endeudamiento para seguir manteniendo el gigantesco aparato político y burocrático. No les importa el endeudamiento de España, ya que quienes tendrán que devolver esa deuda (más los intereses) son personas que aún no pueden votar. Lo mismo ocurre con el problema de las pensiones públicas y tantas otras promesas y garantías que caen por su propio peso, como las medallas que Rajoy se cuelga anunciando que 2014 será el año de la recuperación económica, como si fuese gracias a la labor del Estado. Yo matizaría que, si ha de llegar la recuperación en 2014, no será gracias al Estado, sino a pesar del Estado…
Tu estupendo post me ha traído a la cabeza una cosa de cuando era pequeño y, fascinado por algún personaje histórico, buscaba en la enciclopedia y veía que ponía «Julio César, estadista romano…», «Napoleón Bonaparte, estadista francés…» y así con muchos grandes hombres de la Historia (con mayúscula la H sí). Hoy no hay estadistas y hay políticos, ¿cuál es la diferencia? Ya la apuntó Winston Churchill: «Un político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones».
Así pues, menos políticos por favor, España y el mundo necesitan estadistas.
Un comentario muy oportuno, Miguel. Gracias!
Gracias Jaime. Como siempre muy claro e ilustrativo. La conclusión del post es bastante desesperanzadora. Según lo que expones (con lógica aplastante) el problema está en que un político nunca va a ser un estadista.
Si pensamos en estadistas «de libro» (como por ejemplo, los que nombra Miguel) son siempre personajes involucrados en situaciones excepcionales como guerras, invasiones, etc.
Por otro lado los resultados de las acciones de los estadistas no siempre son beneficiosos aunque se mire hacia las generaciones futuras ( pienso por ejemplo en la URSS)
Da la impresión de que en una democracia que vive en paz los políticos nunca van a mirar más allá de los cuatro años, pero el sistema democrático, desde mi punto de vista, es preferible a otros, es el único aceptable. ¿Tiene esto solución para los que queremos vivr en una democracia y en paz?
Otra una pregunta… En tu opinión… ¿Cuáles han sido los estadistas españoles del siglo XX y XXI?
Desde luego, los ejemplos que yo he puesto son de libro y se basan en mis recuerdos de la infancia. Ni mucho menos espero que os haya parecido que sólo pueden ser estadistas los emperadores y los autócratas. Por traer un ejemplo cercano y de una democracia, me parece un estadista Adolfo Suárez o Nelson Mandela pues, a grandes rasgos, gran parte de lo que hicieron fue para mejorar un país de cara al futuro. De hecho, Adolfo Suárez acabó dimitiendo por las presiones y el descontento pero el sistema por él y por otros ideado es el que tenemos hoy en día y gracias a él y al Rey (a pesar de cómo esté valorado actualmente) vivimos en una democracia sana que va necesitando de ciertas reformas
Hola Miguel. He tomado tus ejemplos de estadistas porque ilustran muy bien la teoría de estadista = personaje + situación excepcional. Por supuesto que no todos han sido autócratas. El caso de Suárez también me vale. Era una situación super excepcional. El régimen de Franco tenía que evolucionar, algo había que hacer, y estoy de acuerdo contigo en el papel fundamental y benéfico de Suárez y el Rey. Mi desesperanza (a lo mejor ilógica) viene de que para que «salga» un estadista tiene que pasar algo gordo, tiene que haber una situación complicada y peligrosa. Llevando esto al extremo diré que tal y como está la situación a veces pienso aterrado que las crisis económicas se han «resuelto» con guerras brutales (bueno, todas lo son). Eso es lo que yo no quiero.
Hola Javier. Muchas gracias por tu comentario y celebro que te haya gustado el post. Como veo que Miguel ha dado claros ejemplos de estadistas en el siglo XXI, me remito a la otra pregunta. Actualmente hay muchos estudios que tratan de averiguar si el liberalismo es compatible con la democracia actual. El propio Buchanan, consciente de la dificultad, proponía ciertas «reglas de juego» para evitar que la coacción de los Estados fuese mayor: regla de la unanimidad, descentralización del poder político y recurrir frecuentemente al sufragio universal. No obstante esto parte de la premisa de que agregando las utilidades individuales se puede formar una función de utilidad social colectiva. Este enfoque es rechazado por muchos liberales. Por ello, algunos van más lejos, rechazando la democracia y proponiendo el llamado modelo anarco-capitalista, basado en la ausencia total del Estado y en una economía de libre mercado que funcione conforme a los principios generales del Derecho (propiedad privada, ley de contratos, etc). Creo que tu pregunta es muy interesante porque constituye el germen de un debate profundo que es el que se está empezando a realizar ahora.
Hola Javier, entiendo perfectamente lo que dices y tienes toda la razón. Quizás siempre el estadista ha surgido ante un acontecimiento explosivo o peligroso que ponía en jaque a una organización social. Como bien apuntas, en democracia se vive en paz y armonía y los políticos no ven más allá de los 4 años. ¿Qué hacemos ante eso? Vale que la democracia es, a priori, el menos malo de los sistemas pero precisamente por esa paz y armonía que reina es cuando se debería buscar sistemas aún mejores para las próximas generaciones. Muy difícil todo y gran debate el de este post.
Sí, Miguel, yo también lo veo complicadísimo. No veo muchas intenciones (o posibilidades) de buscar sistemas mejores para las próximas generaciones.
Una cosa Jaime. Siempre he concebido el liberalismo dentro de un sistema democrático, lo del modelo anarco-capitalista me deja bastante perplejo, ¿ha habido propuestas de aplicar ese modelo, o alguno similar, en algún momento y lugar?