«Me enamoré profundamente de la Unión Soviética»

Webb

Corría el año 1.932 cuando el matrimonio formado por Sidney y Beatrice Webb visitó por primera vez la Unión Soviética. Un viaje con fines más intelectuales que turísticos, en un contexto muy delicado para las democracias occidentales que, tras haber superado con dificultad los daños de la Primera Guerra Mundial, ahora debían afrontar la Gran Depresión de los años 30 iniciada en los Estados Unidos y que comenzaba a contagiar al resto de potencias económicas como Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Sidney y Beatrice Webb, ambos economistas e intelectuales británicos de renombre, estaban desarrollando un programa de investigación enfocado a demostrar el agotamiento del sistema capitalista frente al triunfo del denominado socialismo marxista que emergía con fuerza en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y en otros países del mundo.

Cuando finalizaron su viaje por la Unión, los Webb volvieron a Londres declarando que se habían “enamorado profundamente” de lo que habían visto. Creían firmemente en el nuevo paradigma, logrando proyectos importantes como la constitución del Partido Laborista británico y fundando posteriormente la London School of Economics and Political Science, una de las universidades más prestigiosas del mundo.

El amor de Sidney y Beatrice por el sistema colectivista de la Unión Soviética fue cuestionado por muchos de sus colegas.  La razón de ello se debía a que los Webb se reconocían como socialistas “fabianos”, un movimiento que defendía una reforma social gradual, no de forma revolucionaria por parte de las masas sino de la clase intelectual a través de la educación. Esta postura no encajaba, por tanto, con el revolucionario socialismo marxista personificado en la figura de Stalin.

Sin embargo, lo cierto es que el testimonio de los Webb fue un fundamento importante para enriquecer el debate más interesante de la ciencia económica en aquel momento: la polémica del cálculo socialista.

Es preciso señalar que el debate del cálculo socialista se inició en la década de los años 20, a partir del artículo “El cálculo económico en la comunidad socialista” publicado por el economista austriaco Ludwig Von Mises. La esencia del argumento de Mises es que el socialismo se trata de un error intelectual porque, al no basarse en un sistema libre de precios, ningún órgano de planificación central podrá realizar un cálculo económico congruente, y es de esperar que los recursos (siempre escasos) se despilfarren. Mises define los precios como señales de mercado que reflejan “relaciones históricas” de intercambio entre los individuos, y transmiten la información necesaria para conocer la disponibilidad de los recursos y la preferencia de los consumidores.

El error intelectual al que se refiere Mises se explica, desde nuestro punto de vista, por el cuerpo metodológico que impera en nuestra ciencia. Los modelos estáticos que tratan de explicar los fenómenos económicos parten de asumir que la información está dada y que los precios del mercado son parámetros que se forman como resultado de una serie de ecuaciones de equilibrio. Al ser modelos estáticos, no recogen las relaciones dinámicas de intercambio que dan lugar a cambios constantes en las preferencias o expectativas.

Sin embargo, la mayoría de los economistas ignoran esta cuestión metodológica y algunos Premios Nobel como Samuelson (por cierto, autor del modelo “Cañones o Mantequilla” que da nombre a este blog), piensan que el único reto del socialismo es crear la tecnología necesaria que sea capaz de almacenar la infinita cantidad de información. No obstante, el “Big Data” que plantea Samuelson es un absurdo dada la naturaleza subjetiva y tácita de la información en los procesos sociales.

El cálculo económico no fue el único obstáculo al que tuvieron que enfrentarse los socialistas. Otra grave inconsistencia del socialismo es el problema de los incentivos.

Siendo el propósito del socialismo la socialización de todas las rentas, el estímulo a trabajar es negativo cuando el trabajador sabe que, a pesar de su esfuerzo, la remuneración de su trabajo será igual que la de los demás. Los primeros teóricos socialistas y comunistas eran bien conscientes de este desincentivo, sin embargo sus vagos intentos por tratar de resolverlo fracasaron: algunos teóricos como Mably plantearon incentivos “morales” para premiar la productividad; otros como Morelly ignoraron el problema culpando a las instituciones de destruir la natural bondad y entrega sin reservas al trabajo del hombre.

Dos décadas después del viaje realizado por los Webb, el socialismo soviético había demostrado las consecuencias de los problemas aquí planteados. La extinta Yugoslavia del mariscal Tito se alejó de la Unión Soviética e implantó su original modelo de socialismo autogestionario, tratando de introducir ciertos mecanismos propios del sistema de libre mercado (libertad de elección a los empresarios sobre la compra de factores y unidades de producción, incentivos económicos a la productividad, etc). Asimismo, en la propia Unión Soviética, el economista ruso Liberman propuso medidas liberalizadoras para evitar el colapso del sistema.

Todos estos intentos no lograron impedir el Fin de la Historia que proclamase Fukuyama con la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso de la URSS en 1991. Un triunfo para las ideas del liberalismo que evidenciaba el amor platónico (y peligroso) que expresaba Beatrice Webb en sus diarios…

Un comentario en “«Me enamoré profundamente de la Unión Soviética»

  1. Genial. Auténtico y genuino.
    Me parece muy bien. Felicidades.
    Hay que seguir la dinámica: Planteamiento. Nudo y Desenlace.
    El desenlace ha quedado un poquito flojo…..pero está muy bien.
    Podías haber evidenciado más claramente por qué te decantas tú.
    Que salida actual ves al sistema que plantearon…, etc. Muy bien.

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