Las últimas semanas se han caracterizado por una alta histeria en todas las economías del mundo. Leemos en los titulares de prensa cómo el enfriamiento del crecimiento económico chino está contagiando a los países emergentes y llevándolos incluso a la recesión (Brasil), lo cual a su vez ha desembocado en una crisis por la reducción en los precios de las materias primas y por ende en una gran volatilidad en sus principales índices bursátiles.
Por si fuera poco, las grandes instituciones económicas se encuentran muy divididas con respecto a las decisiones que deben tomarse. Este hecho confunde a los analistas e inversores, que empiezan incluso a dudar de la credibilidad de la mismísima Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal, cuando decide mantener los tipos de interés entre el 0% y el 0,25% mientras la economía estadounidense comienza a calentarse por una inflación cercana al 2%.
Para entender este grado de nerviosismo, podemos leer a John Maynard Keynes, quien hace ya muchos años dedicó un capitulo de su famosa Teoría general del empleo, el interés y el dinero para tratar la cuestión de la inestabilidad de los precios en los mercados financieros. Y lo trató sin el empleo de las matemáticas (no le gustaban demasiado para la economía), con un ejemplo brillante.
Keynes propone un concurso ficticio de belleza que se publica en un periódico. En este periódico figuran las fotografías de 100 candidatas. Para ganar el premio, se pide a los concursantes adivinar cuáles serán las caras más votadas. El juego implica que el concursante puede, primero, elegir a las candidatas que a él le resultan más guapas (opinión 1). Puede también elegir a las candidatas que él cree que el resto de concursantes van a votar (opinión 2). O bien puede, finalmente, elegir a aquellas candidatas que él cree que el resto de concursantes van a elegir una vez éstos han pensado las candidatas que él va a votar (opinión 3). Todas estas opiniones pueden agregarse exponencialmente en un juego de estrategias que traten de reducir la incertidumbre.
Pero, la incertidumbre “endógena” (tal y como la denominaron los economistas O`Driscoll y Rizzo en La economía del tiempo y la ignorancia), esto es, volviendo a la economía, el desconocimiento de cuáles serán las decisiones de los agentes económicos respecto a sus planes de futuro, no admite un razonamiento matemático, no puede eliminarse nunca e introduce un elemento de subjetividad que debe tenerse siempre en cuenta.
Esta subjetividad abre el campo al problema de las expectativas, cuando las personas tratan de anticiparse al futuro. Sin embargo, economistas como Hayek o Garrison demostraron que para reducir esta incertidumbre los precios deberían de ser libres en el mercado para poder suministrar la información que los ciudadanos necesitan en la toma de sus decisiones. Información, por ejemplo, sobre si un determinado bien o factor productivo es escaso o abundante en el mercado, o de si el ahorro es suficiente como para que el crédito crezca y pueda destinarse a nuevas inversiones.
En el ámbito financiero, los tipos de interés actúan como una señal de mercado para indicar la disponibilidad de recursos financieros disponibles para la inversión (fruto de la tasa de preferencia temporal de los individuos). Sin embargo, cuando los tipos de interés son manipulados artificialmente, se envían señales erróneas al mercado.
Las familias y los empresarios no conocen las realidades subyacentes que se expresan a través de los precios de mercado porque dichos precios están controlados por las instituciones monetarias. Y es que la presión de los políticos para hacer dinero fácil es demasiado grande. Tanto es así que, tras muchos años de expansión crediticia materializada en los sucesivos programas de QE en Estados Unidos y Europa, así como de otros programas de estímulo económico vía deuda como el Abenomics en Japón y un largo etcétera, actualmente nos encontramos inmersos en un círculo del cual, como señala Richard Koo, resulta muy difícil salir.
Por esta razón a la Reserva Federal le cuesta tanto subir los tipos de interés, en un contexto en el cual los mercados financieros son dependientes de una liquidez que alimenta una burbuja de deuda insostenible y que nadie se atreve a asumir.
Para algunos economistas, como el Premio Nobel Joseph Stiglitz, el problema no es la política monetaria expansiva, sino precisamente la insuficiencia de la misma. Así lo ha manifestado recientemente al defender el mantenimiento de los tipos de interés al 0% hasta el año 2016. En la Unión Europea, el argumento que esgrime Stiglitz es que la austeridad ha acabado con el euro, y que subir los tipos de interés supondría acrecentar la desigualdad.
Pues bien, si la austeridad a la que se refiere Stiglitz es la austeridad de un gasto público superior al 45% sobre el PIB en la mayoría de economías europeas , de una deuda pública de las economías más fuertes de la OCDE muy superiores al 100% del PIB y de Estados que para mantener el «bienestar» están aumentando cada año la presión fiscal sobre los ciudadanos, entonces Stiglitz tiene razón. La austeridad está acabando con la Unión Europea.
Es preciso recuperar la disciplina financiera y permitir a las economías sanearse, aunque ello pueda revertir en un ajuste como el que están sufriendo Brasil y otros países emergentes, dependientes de un modelo intensivo de demanda artificial como ha sido el de China durante la última década.
Las próximas decisiones que se tomen pueden marcar la senda hacia una recuperación progresiva que lleve a un crecimiento sólido (aunque sea pequeño) o desembocar en graves problemas para los cuales, esta vez, no estamos preparados, pues el margen de maniobra de las políticas actuales está agotado.