«Burocracia» de Mises (III)

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1)      Las implicaciones sociales y políticas de la burocratización.

 

La burocracia ha resucitado la polémica metodológica del colectivismo frente al individualismo. Mises insiste en que la ley debe limitar la discrecionalidad de funcionarios y burócratas y, sin embargo, el Estado es el único ente legitimado para la coacción.

Es sumamente interesante cómo Mises extiende el poder de la burocracia a todos los campos de la acción humana, con especial preocupación en la educación. En efecto, la educación está destinada a burocratizar el espíritu. Las modernas universidades, lejos de enseñar las leyes económicas, se limitan a cegar a los alumnos con todas las formas de intervención, sin analizar las posibles consecuencias de sus políticas. Hemos de recordar que la economía es una ciencia teórica que estudia la cooperación social de los agentes y sus interrelaciones en todos los mercados y ramas de la producción. En los planes actuales de educación universitaria, y siguiendo la línea de Mises, debemos mostrar nuestra crítica a la especialización de la formación, ya que va en contra del enfoque multidisciplinar que debe emplear la economía. El enfoque socialista divide la Administración pública frente a los economistas liberales “apologistas de la burguesía”, en palabras de Marx.

 

2)      La psicología de la burocratización.

 

La pertenencia al engranaje del Estado ofrece seguridad a los burócratas, aunque realmente actúen como esclavos. No pueden actuar de la mejor forma posible, sino conforme al modo que  previamente se le ha estipulado. En algunos países de Europa, como es el caso de España, se ha generado una juventud burocratizada que piensa que la socialización y el trabajo para el Estado es la mejor de sus posibilidades. Sin embargo, no podemos olvidar que el Estado no crea riqueza, sino que hunde la iniciativa y el espíritu emprendedor limitando la innata capacidad empresarial del ser humano.

Los marxistas atacan la sociedad de clases del capitalismo. Hablan de clase social como casta, sin tener en cuenta que el capitalismo es el único sistema que permite a cada cual labrarse su puesto en la sociedad conforme al trabajo que realiza. Las clases son flexibles, no rígidas.

Ante este panorama, Mises se pregunta si cabría algún remedio para evitar la tendencia hacia el totalitarismo, y llega a la conclusión de que el primer deber del ciudadano en democracia es el de educarse. El derecho al voto no es un privilegio, sino un deber y una responsabilidad ética. Es necesario que los ciudadanos conozcan las consecuencias perversas de la burocracia y el socialismo en general.

 

Tras este comentario crítico de  la obra de Mises, son muchas las líneas de investigación que día a día se están ofreciendo en el campo teórico por parte de otras escuelas de pensamiento.

Cabría citar en este sentido a la escuela de pensamiento de la Elección Pública (Public Choice), que ha dedicado gran parte de sus trabajos a analizar las características de la burocracia tanto en el plano político como económico. Así por ejemplo, uno de los líderes de esta escuela, James Buchanan, Premio Nobel de Economía, se dedicó especialmente al examen de las teorías de elección social, a partir de las preferencias colectivas.

M. Olson ha realizado importantes contribuciones al análisis de los incentivos en las organizaciones de tipo burocrático, concluyendo que el incentivo de pertenencia y trabajo es mayor en las organizaciones reducidas y privadas que en las públicas. No obstante, el problema es que el ciudadano está obligado a participar en la organización pública por excelencia: el Estado.

Con esto, vemos que Mises ha ofrecido una importante contribución teórica que ha servido y sigue sirviendo de base para diversos estudios relacionados con la burocracia. Por ello, debemos añadir que su obra no ha resultado ser baladí para el enriquecimiento de la teoría económica.

  

Conclusiones:

 

El estudio de Mises es muy interesante para introducirse en el análisis económico de la burocracia. Su examen nos permite resaltar las siguientes conclusiones:

Primero, la gestión burocrática es radicalmente opuesta a la gestión empresarial en el sentido de que la primera se encuentra únicamente guiada por los mandatos o disposiciones generales de tipo coactivo que establecen los superiores del cuerpo jerárquico del Estado. La gestión empresarial, en cambio, se guía por la obtención de beneficios, lo que supone el incentivo fundamental a los agentes para ejercer su función empresarial. Por lo cual, es imposible que la gestión burocrática pueda jamás realizar más eficientemente la gestión propia de la esfera privada, pues la motivación de ambos sistemas es radicalmente distinta.

 

Segundo, hemos estudiado el fenómeno de la burocratización de las empresas, contrastando la teoría schumpeteriana frente a la postura austriaca de Mises. La cuestión de fondo para Schumpeter es que la economía de mercado tiende a la burocratización. Las empresas se permiten el lujo de dejar de innovar y caen en la burocratización, produciéndose la progresiva e irremediable llegada al socialismo. En este trabajo hemos dejado claro la explicación de Mises, el cual se muestra bastante escéptico con el hecho de que los empresarios vayan a perder los incentivos a innovar sin una causa subyacente. Admitir esta condición iría en contra de la propia concepción del empresario, el cual debe en todo momento estar en alerta (alertness en terminología de Kirzner). Por lo tanto, Mises afirma que la causa subyacente de la falta de innovación por parte de las empresas no es la tendencia inexorable y marxista hacia la burocratización y la posterior socialización de los medios de producción, sino que es la precedente intervención del Estado vía regulación e impuestos la que esquilma dicho incentivo. Los empresarios, en un clima perverso de intervención, no estarán dispuestos a mejorar sus procesos productivos y a aumentar su eficiencia si con ello no va a poder obtener los beneficios esperados.

 

Tercero, hemos visto las implicaciones sociales que la creciente burocratización está teniendo en el plano social y político. En todas las ramas de actividad existe una extensiva regulación de tipo administrativo. Además, la pertenencia al cuerpo del Estado dota de seguridad a los burócratas, mientras que el espíritu empresarial es ignorado e incluso atacado por la corriente colectivista imperante. Desde la propia educación, la juventud no llega a ser consciente de la degradación que supone la enseñanza que está recibiendo en el plano académico, justificando la labor del Estado y sus formas de intervención como totalmente necesarias para coordinar las decisiones de los individuos en aras de alcanzar el bien común.

«Burocracia» de Mises (II)

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1)      La gestión burocrática:

 

Según Mises, el burócrata debe cumplir con lo que el gobierno le ha establecido. En democracia, el pueblo es soberano. El pueblo elige lo que es mejor para la comunidad. Por ello, la Ley y el Presupuesto son los pilares de la gestión burocrática. El gobierno, elegido por el pueblo soberano, estipula lo que debe hacerse y diseña un presupuesto para el control del gasto. De este modo la democracia y la burocracia van unidas, por lo que Mises afirma que la burocracia, como método de gestión, no es ni buena ni mala. El problema es que la gestión burocrática ha trascendido sus esferas y pretende sustituir a la iniciativa privada. En efecto, la burocracia en el gobierno podrá ser indispensable, pero ésta no debe restringir en modo alguno la libertad de los individuos.

Sin embargo, acto seguido, Mises postula que: “La ley protege a los ciudadanos contra la arbitrariedad de quienes desempeñan funciones públicas”[1]. Los burócratas están limitados por ley a hacer lo que sus jefes o superiores han establecido. En el desempeño de esta función no hay cálculo económico posible (derivado, como hemos explicado anteriormente, de la falta de un sistema libre de precios en el sistema socialista), y los burócratas no responderán a ningún incentivo para actuar de la forma más eficiente posible, sino que procederán a actuar tal y como los superiores dentro del órgano directivo hayan establecido.

Bajo este planteamiento, Mises define la gestión burocrática como el “método aplicable a la conducción de asuntos administrativos y cuyo resultado no se refleja como valor contable en el mercado”[2]

En este sentido, Mises recalca que no se puede sustituir la burocracia del gobierno por la gestión empresarial, debido a que ambos sistemas están claramente diferenciados por la motivación del beneficio. El empresario busca beneficios, que suponen el incentivo al mismo para ejercer su función empresarial y crear o descubrir las oportunidades de negocio. En cambio, el burócrata únicamente se guía por los mandatos, leyes y reglamentos impuestos por el Estado. Se rigen por la subordinación a sus superiores, sin atender si quiera a examinar si el contenido de la ley es correcto o no. Vemos por tanto, que es imposible desde el punto de vista teórico el que la burocracia pudiera gestionar más eficientemente los asuntos que corresponden a la esfera privada. Esta razón radica en la falta de incentivos motivada por el beneficio empresarial y más importante aún por la imposibilidad de realizar un cálculo económico congruente. Estas consecuencias han sido ampliamente estudiadas a fondo por los teóricos de la Escuela Austriaca, iniciándose el debate sobre la imposibilidad del socialismo de la mano de Mises en la década de 1.920, y posteriormente desarrollado por Hayek y en la actualidad por el trabajo de Jesús Huerta de Soto, en su trabajo de “Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial”.

 

2)      La gestión burocrática de las empresas públicas.

 

El problema del cálculo económico en el socialismo fue soslayado inicialmente por Marx y Engels, que únicamente se dedicaron a profetizar la inexorable llegada del socialismo, sin atender al tema, seguramente trivial para ellos, de la viabilidad del sistema desde el punto de vista de la teoría económica. Más tarde los economistas socialistas fueron conscientes de esta insuficiencia y trataron de dar una solución sin éxito alguno. Oskar Lange fracasó en sus inagotables intentos de demostrar la posibilidad del cálculo económico en la economía socialista, a partir de un cuerpo teórico que suponía toda la información disponible, la funcionalidad de unos precios paramétricos y en general, una economía de tipo estático. Las críticas recibidas por parte de la Escuela Austriaca pusieron en duda los postulados del economista polaco, ya que la información en economía jamás está dada, y mucho menos es articulable por parte de cualquier burócrata, debido a la naturaleza misma de la información, de tipo práctico, disperso y eminentemente subjetiva en cada uno de los agentes económicos que integran la sociedad.

No obstante, el Estado justifica la creación de las llamadas empresas públicas, aunque no tengan nada en común respecto a la gestión propia de las empresas privadas. En este sentido, hay que subrayar que las empresas públicas no persiguen ánimo de lucro, y se justifica su actividad en la búsqueda de unos objetivos “superiores” y vitales para la búsqueda del bien común. Es así como surge el moderno Estado del Bienestar, que se consagró como la panacea de todos los males. La realidad muestra no obstante que los gastos en los que dichas empresas públicas incurren para el logro de tan meritorios objetivos únicamente son soportados por los contribuyentes a través de los impuestos, por lo que estos objetivos, lejos de realizarse, terminan por perjudicar gravemente a los agentes.

A menudo se argumenta que la función de las empresas públicas es la de realizar servicios útiles para la comunidad. Ante este argumento, Mises se pregunta: ¿Cómo valoramos esa utilidad?

En la empresa privada guiada por ánimo de lucro, la utilidad viene reflejada por el precio que los consumidores están dispuestos a pagar. De esta forma, si la empresa privada obtiene beneficio es porque satisface la necesidad del soberano consumidor, y por ende, realiza un servicio útil. La empresa pública, en cambio, al no guiarse por un sistema libre de precios, no puede conocer o estimar si sus servicios son útiles o no.

3)      Gestión burocrática de las empresas privadas.

 

En este apartado Mises va a centrarse en la cuestión particular de la burocratización de las empresas. En primer lugar, el economista austriaco apunta que siempre que la empresa se guíe por el lucro, cumplirá su gestión eficientemente, sin importar el tamaño de la misma.[3]

El Estado, en todas sus formas de intervención, pervierte la gestión empresarial. A través de la regulación legal de los precios, márgenes de beneficios y especialmente los impuestos, el gobierno esquilma la innovación y el incentivo del empresario para mejorar su gestión y ser cada vez más eficiente, sin tener en cuenta que en todo momento el beneficiario directo de dicha gestión es el consumidor. Además, el socialismo pervierte la imagen del empresario, degradándole a la imagen del egoísta y codicioso, mientras se ensalza al burócrata como el garante del bien común frente al interés privado.

Por lo tanto, la explicación misiana de la burocratización empresarial se plantea en el sentido inverso del enfoque schumpeteriano analizado anteriormente, es decir: la intervención estatal es la que frena el incentivo a la innovación y a la gestión empresarial y no al revés. Schumpeter afirma que es la falta de innovación por parte de las empresas  la que produce su progresiva burocratización.

Este punto es clave para analizar correctamente la función de la empresa. En una economía dinámica, el empresario, que se mantiene en un estado permanente de alerta, no puede dejar de innovar y buscar nuevas oportunidades de negocio para hacer frente a la competencia. Es una falacia el pensar, como Schumpeter, que cualquier empresa puede acomodarse y consolidarse en el mercado sin esfuerzo alguno. El problema de este argumento se encuentra, una vez más, en una economía de tipo estático que se encuentra en un equilibrio perfecto y en el cual no se concibe una verdadera competencia, ya que todos los productores ofrecen los mismos productos a un mismo precio. He aquí el error teórico de Schumpeter y sus seguidores.

Finalmente, Mises pone de manifiesto que incluso la intromisión del Estado ha llegado al punto de designar burócratas en los consejos de Administración de las empresas, con lo que la burocratización por parte del Estado es evidente.

 

[1] Mises, Burocracia. pp. 69

[2] Mises, Burocracia. pp. 71

[3] Esta afirmación es discutida por Huerta de Soto, quien establece que a medida que la empresa aumente su tamaño, la obtención de la información necesaria para la gestión será más difícil, debido a que el volumen de la misma que se requiere se vuelve cada vez mayor. Véase “Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial”.

«Burocracia» de Mises (I)

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En las primeras líneas de su obra, Von Mises comienza por introducir el propio concepto del término “burocracia”, discutiendo el sentido oprobioso o peyorativo del mismo. Y es que este concepto ha sido profundamente estudiado por parte de teóricos tanto liberales como socialistas, ofreciéndose numerosas críticas desde ambas posturas. En este sentido, Mises expresa que son muchos los economistas socialistas que conciben la burocracia como un intento de frenar la inexorable llegada del socialismo, el cual se proyectaba como el estadio superior en la historia.

Recordando las lecciones de Marx y su materialismo determinista, el socialismo debía llegar con la “inexorabilidad de una ley natural” tras la caída del capitalismo. Es por esto, que los seguidores de Marx encuentran un problema en la configuración de la burocracia, supuestamente diseñada para garantizar un Estado de Bienestar que está retrasando la llegada del socialismo.

El contexto histórico en que se plantea esta problemática se enmarca tras la Gran Depresión de los años 30, cuando el Presidente de los Estados Unidos, Roosvelt, aprueba la polémica New Deal, que se concibe como el plan de estímulo estatal para combatir la recesión que afectaba al país. Este momento será clave según Mises, ya que supone el inicio de la creciente burocracia, un fenómeno que desafiaba al sistema tradicional de gobierno basado en la división de poderes. En efecto, los burócratas son elegidos por otro burócrata de mayor rango en la jerarquía del aparato administrativo, no mediante elección. En los años 40 el aparato burocrático crece progresivamente en tamaño y en funciones, llegando incluso, siguiendo a Mises, a entrometerse en las decisiones de las cuestiones privadas.

Mises afirma que el avance de la planificación socialista supuso el germen de la burocracia. Una planificación justificada vigorosamente por la gran mayoría de políticos y economistas. La depresión de los años 30 y la aparición de los fascismos en países como Italia y Alemania evidenciaban la crisis del sistema democrático y de la economía de libre mercado, hasta tal punto, que los propios defensores del liberalismo fueron ignorados y degradados en el campo académico y político. El propio Mises y posteriormente Hayek, máximos exponentes de la Escuela Austriaca del momento, cayeron en el olvido intelectual frente al floreciente keynesianismo que propugnaba el intervencionismo.

Así, en este contexto de gran acogida, la burocracia se consolida por métodos constitucionales no reaccionarios en Estados Unidos.

Una de los efectos más perversos de la burocracia fue la implantación de un sistema de control de precios. Se crea la OPA (Office Price´s Administration), que supuso una forma de totalitarismo. En este sentido, siguiendo la línea argumental de Hayek, el control de precios se tornaría especialmente peligroso. Los precios son las señales que orientan al mercado, y con ello, las decisiones de los agentes económicos (empresarios y consumidores), transmitiendo la información necesaria sobre la disponibilidad de los factores productivos, los gustos de los consumidores, y en definitiva, los medios y fines que constituyen la esencia de toda acción humana.

Además, desde el punto de vista de Mises, podemos plantearnos la pregunta de cómo el Estado puede obtener la información que necesita para valorar dichos precios. Y es que en una economía socialista que no se basa en un sistema libre de precios, el cálculo económico por parte de los agentes es imposible. De aquí la imposibilidad teórica del socialismo estudiada por nuestro autor.

No obstante, a pesar de que la Escuela Austriaca tenía razón en el campo teórico, en la realidad nadie se atrevía a dudar de la necesidad de la planificación estatal en los mercados a través de la burocracia. El colectivismo ganaba el terreno al individualismo, víctima de todos los ataques posibles. El individualista no es más que un egoísta, pues únicamente se guía por el interés privado y niega el bien común de la sociedad.

Mises reivindica en su trabajo el verdadero concepto del capitalismo, que significa la soberanía del consumidor en el libre mercado y la del votante en las elecciones.

Los progresistas, en cambio, dan un paso más cuando comienzan a tratar el problema de la “burocratización” de las grandes empresas. Y es que, así como en el Estado era imprescindible la gestión burocrática para guiar a la sociedad hacia el bien común, en cambio en la esfera privada, la burocratización de la gran empresa suponía un peligro frente al buen hacer del pequeño empresario propietario. Es por esto, que también se requería el control del gobierno de la Nación sobre estas empresas.

Podemos referirnos en este caso a Schumpeter, uno de los economistas más polémicos desde el punto de vista austriaco, ya que a menudo se suele identificar a este economista como miembro de la Escuela Austriaca. Sin embargo, las aportaciones de Schumpeter no defienden en modo alguno la postura subjetivista y liberal de esta escuela de pensamiento. Esto es así debido a que Shumpeter desarrolló la llamada teoría de la creación destructiva, donde pone de manifiesto la cuestión de la burocratización de la empresa. Desde su punto de vista, las grandes empresas tienden inexorablemente a la burocratización dentro de las economías de libre mercado (desde una óptica puramente mecanicista y marxista que choca radicalmente con la concepción austriaca), y este hecho supone la crisis del modelo capitalista, por lo que siguiendo el esquema schumpeteriano, la economía tenderá hacia el socialismo[1]. Es evidente por tanto la total falta de relación en el pensamiento schumpeteriano con la perspectiva praxeológica y subjetivista propia de la Escuela Austriaca.

Mises expone, ante la crítica progresista, la genuina esencia de la Acción Humana, basada en la función empresarial y la creatividad ejercida por todos los agentes. La continua coacción institucional propia del Estado frena e impide totalmente este axioma. A través de los impuestos sobre la renta se impide a la pequeña empresa ahorrar y prosperar, por lo que le es imposible competir con las más grandes. Siguiendo este punto, no sería alocado pensar que dicha situación podría desembocar en la aparición de un monopolio u oligopolio rígido, y sin embargo los bárbaros gañidos de los defensores de la planificación clamarán que se trata de un fallo de mercado.

Mises concluye esta primera parte de su trabajo recalcando que la burocracia se constituye por tanto como un elemento inherente al Estado. No obstante, es necesario señalar que el propio economista austriaco admite que siempre es indispensable una mínima función burocrática para lograr la cooperación social, y en este caso se refiere, por ejemplo, al servicio de la policía y del ejército, llegando incluso a decir que “la defensa de la seguridad de la nación ó de una civilización contra la agresión por parte de los enemigos externos e internos es el primer deber de todo gobierno”[2].

 El problema, según Mises, aparece cuando esta burocracia interfiere en las decisiones de la esfera privada, dificultando e incluso eliminando el cálculo económico y la economía de libre mercado.

Es interesante igualmente hacer referencia, frente a esta última idea de Mises, a la posición de Murray N. Rothbard, economista austriaco y uno de los discípulos más brillantes de Mises.

Desafiando a su maestro, Rothbard dedicará gran parte de su producción teórica a estudiar la posibilidad del anarcocapitalismo, es decir, la ausencia total del Estado en la sociedad, afirmando que cualquier función mínima que dicho Estado pudiese realizar, sería ejercida de una forma más eficiente por la iniciativa privada.

 

1)      El beneficio empresarial:

 

Habiendo establecido ya el marco analítico de su estudio, Mises comienza por dar una definición del capitalismo, entendido como el sistema de cooperación a través de la propiedad privada de los medios de producción. El objetivo por parte del empresario no es otro que el de la obtención de beneficios, a la vez que el sistema de libre mercado asienta la soberanía del consumidor. Y es que únicamente bajo el capitalismo puede realizarse el cálculo económico mediante la libre formación de los precios. Este cálculo económico permite al empresario la viabilidad de sus proyectos mediante la disposición de unos factores de producción escasos y su posible combinación. Asimismo, el cálculo permite ajustar la producción de las empresas a las demandas de los consumidores, sin importar cuáles sean éstas. Por ejemplo, si el consumidor demanda bebidas fuertes frente a las suaves, la empresa debe adaptarse. El gobierno pretende no obstante desde una posición paternalista evaluar y decidir las necesidades del consumidor. Mises manifiesta que tales decisiones no le corresponden al gobierno, comportándose de una forma moralmente impertinente. Y además, aunque pudiéramos admitir a efectos dialécticos la obligación moral del Estado paternalista, Mises concluye que tales decisiones son propias de cada persona, guiada por sus juicios de valor y los cuales son siempre puramente subjetivos, relativos y cambiantes, y no objetivos o divinos.

Siguiendo en la explicación del capitalismo, Mises critica duramente la metodología de la economía estática, que teoriza una visión errónea del sistema. Así, discute la ecuación de que el precio de venta de los bienes y servicios es igual a los gastos en los que el empresario incurre. Esta ecuación no da margen de beneficios. Todos los empresarios ofrecen exactamente lo mismo ante unos consumidores que demandan lo mismo, sin cambios en los gustos. En la praxeología de las ciencias de la acción humana, la economía opera en un entorno dinámico a través de la empresarialidad. Los costes de producción dependen del precio de venta que los empresarios anticipan, y no al revés como se establece en la ciencia económica imperante. Por tanto, la incertidumbre está siempre presente en este entorno. Si el empresario triunfa, ganará beneficios. Pero esto no es asegurable en modo alguno. El acierto y el error existen, y el empresario ha de permanecer en alerta (recordemos el “alertness” que caracteriza al empresario, siguiendo la teoría de Kitzner).

La Acción Humana niega la posibilidad del socialismo al impedir éste el cálculo económico. No obstante, tal y como expresa Mises, “…los burócratas ven en el fracaso de sus medidas precedentes una prueba de que son necesarias ulteriores intromisiones en el sistema de mercado”.[3]

Esta afirmación se cumple perfectamente si analizamos los sucesivos intentos de aumentar la intervención estatal en la actual crisis económica, ya sea mediante políticas de creación de empleo o mayor regulación sobre las empresas.

En la realización del cálculo económico, Mises destaca la importancia de la contabilidad y la estadística, que son las herramientas fundamentales que le permiten conocer al empresario la marcha de todos los departamentos de la empresa y así ejercer eficientemente el control y la responsabilidad delegando en los directivos de cada departamento, procurando que no se produzcan pérdidas.

En consecuencia, la gestión basada en el beneficio empresarial es la única que ofrece incentivos a mejorar. Si el empresario actúa mal sufrirá la penalización del consumidor soberano.

En definitiva, el capitalismo permite la cooperación de los agentes a través de la gestión basada en el lucro o beneficio.

 Mises examinará a continuación la gestión burocrática.

 

[1] Partiendo de la teoría schumpeteriana, posteriormente otros economistas profundizaron en la burocratización de las empresas. Entre ellos, podemos citar a Galbraith y su obra “El Nuevo Estado Industrial”, donde persiste de nuevo en la burocratización de las empresas como consecuencia de la tendencia oligopolística por parte de las modernas economías de mercado.

[2] Véase Mises, Burocracia. pp 44. Unión Editorial (2005)

[3] Mises, Burocracia. pp 52. 

Una crítica austriaca a Schumpeter.

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Joseph Schumpeter (1.883 -1.950) es considerado uno de los economistas más importantes en la historia del pensamiento económico.

Aunque tradicionalmente es considerado uno de los miembros de la Escuela Austriaca, es preciso señalar que su metodología científica y sus conclusiones respecto al socialismo difieren bruscamente con el cuerpo general de los austriacos.

En su obra «Capitalismo, Socialismo y Democracia» (1.942), Shumpeter muestra que la llegada del socialismo se dará inevitablemente debido a la descomposición de la sociedad capitalista.

Fuertemente influido por la economía estática de Walras y por el determinismo metodológico marxista,. la convicción de Schumpeter es comparable a la del mismo Marx cuando éste afirmaba que el socialismo habría de llegar con la “inexorabilidad de una ley natural”. Sin embargo, en lo que difieren únicamente ambos autores es en el modo de explicar la tendencia histórica hacia el socialismo.

En efecto, partiendo del determinismo metodológico, Marx y Schumpeter analizan la caída del capitalismo de forma inevitable. Las características del sistema capitalista se basan, tal y como afirman, en los continuos cambios de los métodos de producción y la incorporación de nuevos productos. Son los empresarios (entrepreneurs), los actores responsables de dichos cambios. La combinación de estas actividades empresariales es financiada por los bancos, los cuales asumen todo el riesgo en el modelo schumpeteriano.

El mundo en que se desenvuelve este empresario es un mundo incierto, y debe estar preparado para afrontar sus proyectos. Sin embargo, al asegurar que el riesgo económico es únicamente asumido por los bancos, son muchas las críticas que podemos ofrecer al respecto. En primer lugar, desde nuestra perspectiva austriaca de economía, la definición schumpeteriana de empresario es muy limitada. El profesor Huerta de Soto, en su obra “Socialismo, Cálculo Económico y Función empresarial” define la actividad del empresario como toda capacidad del hombre para aprovechar las oportunidades que tiene en su entorno para lograr sus fines, y actuar en consecuencia para ello.

Además, el riesgo de la función empresarial no es únicamente asumido por los bancos, ya que como efectivamente Schumpeter afirma, operamos en un mundo de incertidumbre, la cual nunca podremos llegar a eliminar del todo. Por ello, el hecho de asumir riesgos por parte del empresario conforma su natural perspicacia, o en terminología de Kizner, el “alertness” del empresario, que supone el incentivo a mejorar constantemente e innovar de una forma continua, no cíclica. Además, por propia definición, se podría pensar que si el desarrollo del capitalismo depende del empresario innovador, la llegada del socialismo acabaría con el mismo. En el socialismo no habría innovadores, y mermaríamos la innata capacidad del hombre de ejercer libremente la función empresarial. Sin función empresarial, desde la perspectiva austriaca, no cabe desarrollo de la sociedad posible.

Para Shunmpeter, el estado estacionario del capitalismo llegará como consecuencia de la burocratización del empresario. Las grandes empresas caerán en la monotonía y serán dirigidas por burócratas. La innovación desaparecerá. No obstante, esta burocratización o mecanización de la innovación va en contra de nuestra definición de empresario caracterizada por ese alertness o continuo “estado de alerta” y perspicacia.
Frente a esta concepción, podemos recurrir a la obra «Burocracia» Ludwig Von Mises Mises, donde analiza la burocratización de las empresas. Para Mises, toda gestión privada u organización privada está movida únicamente por el beneficio empresarial. El empresario debe esforzarse continuamente en mejorar la calidad de sus bienes o servicios para no perder dicho beneficio. La consecución de su fin o beneficio es su incentivo a actuar continuamente para mejorar, ya sea reduciendo costes y por supuesto, innovando. Es la continua intromisión del Estado la que merma este incentivo y por tanto produce la burocratización de las empresas, ya sean grandes o pequeñas.

El establecimiento de un impuesto, la regulación de precios y márgenes empresariales, etc, son los que acaban con la innovación en aras de mejorar el bienestar de los consumidores, que son los beneficiarios últimos de la gestión privada guiada por el lucro.
Por tanto, la visión misiana de la burocratización empresarial es precisamente la opuesta a la de Schumpeter. Es interesante además observar la mayor regulación del Estado hacia las grandes empresas, estando incluso presente a través de los burócratas en los Consejos de Administración, o constituyéndose como un influyente “stakeholder”. La intromisión del Estado elimina los incentivos del empresario y produce su rutina, y no al revés.

Herederos de este pensamiento schumpeteriano, son muchos los economistas, como Galbraith, que han desarrollado sus trabajos en torno al concepto de propiedad vs gestión.

En su obra The New Industrial State (El Nuevo Estado Industrial), Galbraith examina la gran empresa moderna. Para él, el alto coste tecnológico y las inversiones en innovación son las que han propiciado el desarrollo de grandes empresas que puedan asumir dichos riesgos, que escapan a la capacidad del pequeño y tradicional empresario. No obstante, con el desarrollo de las grandes corporaciones, la noción de propiedad de la empresa y gestión de la misma se divide, es decir, que los managers de la empresa ya no van a ser los propietarios de la misma.

Nace con esta idea el famoso concepto de “tecnoestructura”, entendido como aquel departamento de la gran empresa que se encargará de la gestión privada. Los propietarios, sin embargo, pasarán a ser los meros accionistas, preocupados únicamente en la obtención de mayores dividendos y surgiendo los conflictos con los tecnócratas. Esta idea, aunque puede resultar cierta en el corto plazo, debemos desecharla en el largo, ya que si efectivamente los propietarios buscan el beneficio, la gestión privada deberá guiarse igualmente por el lucro, por lo que los posibles conflictos que pudieran surgir entre los propietarios y los gestores o tecnócratas deberían de resolverse en aras de mejorar la eficiencia en la gestión empresarial.

Igualmente, no podemos obviar que la imagen del empresario, tanto de la grande como de la pequeña empresa, aún existe. En una imagen de equilibrio perfecto en la que todos los empresarios venden productos o servicios al mismo precio sí puede caber una rutina o mecanización de la actividad empresarial. En la tradición Austriaca, sin embargo, la economía se aleja del mecanicismo estático, pues en realidad el mercado está caracterizado por la búsqueda de la eficiencia dinámica, en la que la solución de desajustes da lugar a otros desajustes que suponen nuevas oportunidades de éxito para el empresario. La realidad dinámica del mercado no puede abarcar rutina alguna.

Es interesante completar la definición de empresario schumpeteriano con el enfoque de Kizner ya mencionado anteriormente. Para Schunmpeter, el único empresario admisible es el empresario innovador. La investigación es relegada a un segundo plano. Para Kizner, la importancia del “alertness” supone una diferencia sustancial, ya que amplía el perfil de empresario a una cuestión más importante que el mero problema técnico de la explotación de nuevas ideas o recursos.

La perspicacia del hombre en encontrar las oportunidades de éxito para alcanzar sus objetivos es la que le otorga el carácter de empresario. Y aunque en general siempre la persona que encuentra dichas oportunidades es la que va a explotarlas, la matización es importante. Los consumidores buscan constantemente nuevos bienes para satisfacer sus necesidades, y la perspicacia del empresario juega un papel crucial en este aspecto. Frente a quienes piensan que el Estado es el único órgano capaz de atender las necesidades de la sociedad, nosotros debemos reivindicar el papel del empresario desde la perspectiva de la Escuela Austriaca. Estar alerta a nuevos medios de producción, innovaciones e inversiones productivas es lo que caracteriza la función empresarial.

El capitalismo sobrevive porque es el único sistema que permite la libertad del empresario para ejercer su función. Por ello, el modelo del capitalismo schumpeteriano cae en el error y permanecerá en el error mientras se siga pensando en el empresario como un ser autómata o robotizado, que no se mueve por incentivos en un entorno dinámico para la búsqueda de nuevas oportunidades que se generan continuamente y permiten el desarrollo social.

Hayek y la Libertad.

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Friedrich Hayek se ha convertido en uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Sus ideas son defendidas y discutidas con vehemencia hoy en día por los estudiantes de la Economía y el Derecho, sin dejar a nadie indiferente. De hecho, el debate  que mantuvieron Keynes y Hayek en los años 30 sobre el origen de los ciclos económicos permanece candente en el actual contexto de crisis económica.

El economista austriaco dedicó toda su vida a luchar por una sociedad más libre. De la mano de su maestro y amigo, Ludwig Von Mises, Hayek trató la imposibilidad teórica del socialismo, definiéndolo como «todo sistema de agresión institucional y sistemática en contra del libre ejercicio de la función empresarial» (véase Huerta de Soto y su «Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial»). Es necesario precisar que el concepto de función empresarial abarca mucho más que el mero ámbito mercantil. Los economistas austriacos definen la función empresarial como la innata capacidad del ser humano para crear y buscar medios para cumplir sus fines, sean cuales sean.

Hayek no duda en calificar al socialismo como un error intelectual.

Frente a quienes piensan que el mercado es demasiado importante como para dejarlo actuar al libre albedrío y piden una intervención del Estado, Hayek afirma radicalmente lo contrario. Es decir,afirma que el mercado es tan complejo que ningún gobierno puede disponer de la información necesaria para controlarlo o dirigirlo y así lograr los objetivos que pretendan. Ningún órgano puede recoger la información subjetiva, tácita y dispersa de los individuos en el curso de nuestras acciones, que están guiadas por planes que cambian constantemente en el tiempo.

Los precios son resultado de las relaciones históricas de intercambio entre los individuos, y actúan como señales de información en el mercado, recogiendo las preferencias (de nuevo, siempre subjetivas) de los agentes económicos, o la disponibilidad de los recursos y bienes económicos.

El socialismo, al no basarse en un sistema libre de precios, está condenado a fracasar y a frenar el progreso de la sociedad cada vez que intente coaccionar y poner un coto a la libre creatividad humana.

Para Hayek la libertad está íntimamente ligada al individualismo,entendido como la teoría que estudia las fuerzas que determinan la vida social del hombre en sus acciones individuales. Por tanto, frente a lo que a menudo se opina, el individualismo no significa egoísmo, o aislamiento del ser humano.

Siendo el hombre un ser social por naturaleza, intentará cumplir los fines que él persiga, como por ejemplo el bienestar de su familia. En el desarrollo de los procesos sociales de los individuos, el papel del Derecho es fundamental. Hayek, basándose en el jurista italiano Bruno Leoni (véase su tratado «La Libertad y la Ley»), concibe el derecho como el conjunto de comportamientos pautados que la sociedad adopta espontáneamente en un proceso muy dilatado de tiempo, a través de la prueba y el error. Esta concepción natural del derecho choca con la actual legislación positivista, que otorga un racionalismo extremo al Estado y le da categoría moral para articular la ley a su juicio.

Hayek, lejos de ser un anarcocapitalista, defendía reducir el papel del Estado a la mínima expresión. Todo su trabajo demuestra que la idea de la libertad no puede tomarse a la ligera, y que los peligros del socialismo aún amenazan por destruir el progreso social en nuestros días.

Para los que perseguimos una sociedad más libre, nuestra deuda intelectual con Hayek es indiscutible…

España crece, a pesar del Estado

Ayer se hizo público el Informe de Coyuntura Económica del Servicio de Estudios del BBVA en el cual se estima un crecimiento del PIB español del 0,9 % en el presente año 2014. Dicha estimación coincide con la del prestigioso economista Daniel Lacalle, y corrige al alza otras previsiones realizadas por diversos organismos como el FMI.

¿Podemos sentirnos optimistas? En efecto, el crecimiento esperado supone la creación de empleo neto, si bien el paro no descenderá del 25% en 2014.

Desmenuzando las conclusiones del informe del BBVA, podemos analizar ciertas señales que evidencian el esfuerzo de la economía privada frente al despilfarro del sector público.

A pesar de los sucesivos incrementos de impuestos, la enorme deuda privada de las familias se reduce paulatinamente en 40.000 millones de euros durante el año 2.013, mientras que la deuda pública ronda ya el 100% del PIB. Y es que, a pesar de que el Gobierno nos hable de austeridad (el BBVA advierte de que el gobierno producirá un incumplimiento del objetivo final del déficit del 6,5%) , lo que hay es apalancamiento, propiciado por unas instituciones monetarias que continúan con las políticas expansivas. ¿Cuánto tiempo podrá la señora Yellen en Estados Unidos, y el señor Draghi en Europa mantener los tipos de interés a mínimos sin comprometer los objetivos de inflación? Si el gobierno de España continúa con esta tendencia, corremos el peligro de que se produzca una «japanización» de la economía española, con una deuda impagable y un estancamiento económico crónico.

A pesar de que nos dicen que el Estado de Bienestar está garantizado, se precisa una seria contención del gasto público y no persistir en incrementar los ingresos públicos. Los gobiernos han tenido que prometer cada vez más ayudas y subsidios, y sencillamente, el sistema es insostenible. El economista Tom Palmer(véase su «After the Welfare State»), estima un desfase presupuestario (esto es, la diferencia entre lo que el gobierno espera gastar y lo que espera ingresar a través de impuestos) en Europa de unos 53 trillones de euros en el año 2.010.

Por ello, queda claro que el problema no puede solucionarse a golpe de imprimir billetes, estimular la demanda e incrementar el gasto público.

El crecimiento debe basarse en un nuevo modelo por el lado de la oferta, el ahorro y el capital. Dos son las reformas estructurales en las que hay que ahondar: la fiscal y la LABORAL.

El BBVA pide una reforma impositiva que atraiga la inversión extranjera y favorezca el ahorro. El gobierno debe reducir inmediatamente los impuestos sobre la renta y el capital, de manera que la renta disponible de las economías domésticas aumente. El fraude fiscal no es justificable, pero sí se entiende cuando los impuestos son demasiado altos.

Por último, la reforma laboral. No es comprensible abordar políticas estructurales en el mercado de trabajo sin considerar la insostenibilidad de las pensiones públicas, algo que a nuestros políticos no les interesa debatir. Es necesario reducir los altos costes de contratación y de despido, así como revisar la ley de contratos y los convenios laborales. Deben generarse incentivos y ligar los salarios a la productividad del trabajador, no al incremento del IPC.

Por tanto, podemos sentirnos optimistas, pero sólo en el corto plazo. La crisis no ha terminado, y ha evidenciado los graves problemas estructurales que padece la economía española y la europea en su conjunto. El modelo tradicional basado en el gasto público que crea incentivos perversos sobre el ahorro debe dar paso a un sistema más libre donde la competitividad y el capital sean los pilares en los que se asiente un crecimiento sostenido. De otra manera, las generaciones venideras no podrán progresar, y deberán pagar nuestro despilfarro.

Entre dos Premios Nobel…

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Habitualmente, cuando se analizan las diferentes políticas económicas, tendemos a diferenciar bruscamente entre políticas socialistas y políticas liberales. Hay claros ejemplos en la historia reciente que no dejan dudas. Personajes como Stalin en Rusia o a Mao Tse-Tung en China quedan claramente vinculados al socialismo más extremo. Y lo mismo diríamos de Reagan en Estados Unidos o Thatcher en Reino Unido respecto del liberalismo.

Dentro del liberalismo, en economía suele hablarse indistintamente de dos grandes iconos: Milton Friedman y Friedrich Hayek. Digo indistintamente porque, si bien todo el mundo sabe que ambos economistas eran liberales, es menos sabido que existían diferencias importantes entre ellos, por lo cual, un buen economista debe tener mucho cuidado cuando trate de precisar con claridad sus contribuciones a la ciencia económica.

Milton Friedman (1.912-2006) fue el líder de la Escuela de Chicago, y representa el actual modelo sobre el que se asienta el sistema financiero. Al estudiar los ciclos económicos de auge y recesión, el economista americano emplea una metodología de tipo empírico. Friedman analizó los datos de la oferta monetaria durante los años previos a la Gran Depresión de los años 30, y halló que tras un periodo de expansión de la oferta monetaria que alimentó la burbuja inmobiliaria, una vez ésta hubo estallado, las autoridades monetarias comenzaron a reducir bruscamente la oferta ante el temor de la inflación.

Para Friedman y los monetaristas, el principal error es dejar que caiga la oferta monetaria. Paradójicamente, los bancos centrales deben  acudir a los bancos privados en calidad de prestamistas de última instancia e impedir que el grifo de la liquidez se cierre hacia la economía real.  La receta que proponen para evitar los ciclos económicos es la fijación de una regla monetaria que limite el margen de maniobra de los bancos centrales hacia la consecución de un determinado objetivo de inflación. Una tasa moderada de inflación (entre el 2%-4%) no representa ningún problema, concluye Friedman.

Para Friedrich Hayek (1.899-1.992), la explicación de los ciclos es bien distinta. Como economista liberal miembro de la Escuela Austriaca, el origen de los ciclos no radica en un fallo de mercado, sino en un problema de tipo institucional. Los Bancos Centrales representan el monopolio de la emisión de dinero. De esta manera, al expandir artificialmente la oferta monetaria en base a un objetivo «político» de inflación, el tipo de interés actúa como una señal falsa de mercado que descoordina el comportamiento entre inversores y ahorradores.

Los empresarios creen que existen más recursos financieros disponibles y se lanzan a invertir masivamente en bienes de capital (inmobiliarias, tecnológicas, etc), cuando en realidad el deseo de los ahorradores de financiar dichas inversiones no ha aumentado. Todo lo contrario, dado que la expansion crediticia  también les incentiva a ellos consumir más y endeudarse. Por tanto, la inflación es la esencia del propio ciclo, ya que crea las burbujas de activos.

Hayek rechaza la receta monetarista, ya que sigue permitiendo que el dinero sea el juguete de los políticos. Por ello Hayek propuso la vuelta al patrón oro que de verdad limite la oferta monetaria de un modo real, y no bajo la arbitrariedad de cualquier político o gobernador de los bancos centrales. Un patrón oro, asegura Hayek, conduciría a una deflación ligera, lo cual es mucho más preferible para los economistas austriacos. Al final de su vida, el economista austriaco desarrollaría una teoría alternativa al patrón oro basada en una competencia privada entre monedas. El objetivo, el mismo: eliminar el monopolio estatal de la emisión de dinero.

Vemos por tanto que las diferencias entre Friedman y Hayek son muy claras, y si bien ambos compartirían el común denominador del liberalismo (mercado libre, propiedad privada, interés individual, etc), ninguno de los dos estarían satisfechos de que sus aportaciones se confundiesen o desdibujasen en el pensamiento económico…

El problema de las expectativas en Economía y Bolsa.

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Habitualmente oímos en boca de muchos economistas y analistas bursátiles que uno de los principales problemas a tener en cuenta en el momento de abordar cualquier cuestión en lo referente al futuro ( un fututo, naturalmente, incierto), es «el problema de las expectativas» o «problema de Lachmann», en honor al economista germano que lo planteó durante toda su carrera. A lo largo de la historia del pensamiento económico, las diferentes escuelas han tratado de dar respuesta a este difícil interrogante: ¿de qué tratan las expectativas?

Keynes fue tal vez el primer gran economista que incorporó las expectativas a sus modelos teóricos. La principal característica es que para Keynes, dichas expectativas son exógenas al modelo, y además, son expectativas irracionales, las cuales serán determinantes en las decisiones de gasto e inversión que toman los agentes económicos. En efecto, en la función de inversión keynesiana, podemos observar el concepto de la expectativa a partir de los «animal spirits» (como los denominó la profesora Joan Robinson), que podemos denominar como aquellas fuerzas de optimismo/pesimismo que incentivan o disuaden a los agentes a invertir. Sin duda alguna, para Keynes, los animal spirits eran absolutamente determinantes en la función de inversión, pasando a un segundo plano la teoría del capital y el tipo de interés. De esta premisa se desprende el colorario keynesiano por excelencia, y es que, si los agentes poseen expectativas irracionales derivados de la falta de información sobre el futuro, será totalmente imprescindible la intervención del Estado para suplir con inversión pública la falta de inversión privada con el objetivo de alcanzar el pleno empleo. Además, dado que la función de inversión es muy inestable, Keynes recomendará estimular la economía a través del consumo.

Llegados a este punto, nos atrevemos a formular la siguiente pregunta: ¿es realmente posible que cualquier órgano de intervención pueda llegar a hacerse con la información necesaria para coordinar la sociedad y alcanzar los objetivos de política económica? El teorema de la imposibilidad del socialismo iniciado por Mises y Hayek y desarrollado por Huerta de Soto es rotundo: es totalmente imposible por razones de volumen, y aún más importante, dada la naturaleza de la información en economía (siempre subjetiva, tácita y dispersa), que el Estado pueda anticiparse a las expectativas de los agentes y disponer de toda la información necesaria.

Otro enfoque interesante opuesto al modelo keynesiano es el planteado por la escuela de los Nuevos Macroeconomistas Clásicos, especialmente de la mano de Lucas o Barro. Para este economista, las expectativas son racionales, en cuanto a que los agentes incorporan criterios lógicos y aprenden de sus errores del pasado. Con esto, los agentes pueden anticiparse al futuro y los posibles errores que cometan no serán sistemáticos, sino aleatorios. Es decir, para Lucas, cualquier política económica activa es incongruente con el modelo de las expectativas racionales, ya que los agentes se anticiparán a cualquier medida de política económica. Por ello, frente a los neokeynesianos y económetras modernos, que esgrimen que mediante la econometría es posible predecir el futuro y formular políticas económicas, Lucas sostiene que la econometría en general es ineficiente, debido a que recoge en sus variables acontecimientos pasados de los agentes, sin poder con esto realizar un pronóstico sobre el futuro en economía.

Podemos sintetizar el problema de las expectativas asociándolo a dos conceptos que están íntimamente ligados: la información y el tiempo.

En función de cómo consideremos y tratemos la información y el tiempo, dispondremos de muchas alternativas para definir las expectativas en economía. Hasta el momento, el paradigma económico vigente arrastra dos objeciones graves: el pensar que la información en economía está dada y que además dicha información es medible.

La Escuela Austriaca ha demostrado que no es posible matematizar en términos probabilísticos la información en aras de modelizar las expectativas. Y es que la información es puramente subjetiva, y se encuentra dispersa entre los agentes, los cuales interpretan la información de la que disponen (la cual NO está dada ni es perfecta) en función de sus circunstancias de tiempo y lugar. Por ello, la información, frente a lo que considera el Mainstream o la sabiduría convencional (Galbraith), no es articulable. No podemos codificar la información ni transmitirla a un órgano omnipotente que la asimile y con ella pueda anticiparse a las expectativas de los agentes. Y de la misma manera, no es posible que los agentes posean toda la información necesaria para anticiparse al futuro. El acierto y el error existen, y no es algo aleatorio, sino que vendrá en función del correcto cálculo económico que efectúen los agentes.

¿Cómo se traslada el problema de las expectativas a la Bolsa? Evidentemente, el análisis fundamental bursátil parte de la premisa de que la información tiene un componente subjetivo que en gran medida limita la capacidad de predicción en el argot bursátil. Sin embargo, sí es cierto que las expectativas juegan un papel igualemente importante en la Bolsa. Esto es debido a que los agentes poseen expectativas, y pueden descontar el argot bursátil. Así pues, las cotizaciones bursátiles no sólo dependerán de la situación económica general y la empresa cotizada en particular, sino más bien de las expectativas que los agentes proyecten. Así por ejemplo, considerando los resultados empresariales, es posible que si las expectativas son muy negativas sobre una empresa en concreto, y el día de la publicación oficial de sus resultados contables, estos no resultan ser tan malos, es posible que la cotización de dicha empresa suba. Y esto es porque los agentes YA han descontado anteriormente estos resultados negativos. Fue el caso de empresas como Ericsson, que tras meses de caídas en la cotización, al publicar sus resultados contables, la cotización dejó de caer e incluso subió.

Por ello, en conclusión, es evidente que cualquier analista bursátil ha de tener siempre en cuenta el factor de las expectativas, que si bien no es posible medirlo ni tratarlo objetivamente, en la medida en que analice las perspectivas que el mercado tiene sobre cualquier empresa determinada o sobre la situación económica, podrá realizar recomendaciones de compra o venta con mayor fiabilidad.

Finalmente, recalcamos que el problema de las expectativas abre el camino a la investigación de los economistas para tratar de incorporarlos correctamente a sus modelos sin pervertir su naturaleza: subjetiva, tácita y dispersa.

La cara y la cruz del euro.

euro

La crisis económica que venimos padeciendo desde hace más de cinco años ha puesto en duda la estabilidad misma de la moneda única en la zona euro. Muchos grupos políticos, desde la derecha o la izquierda más extrema (por ejemplo Marine Le Pen en Francia o el partido «Amanecer Dorado» en Grecia), acusan al euro como responsable directo de la crisis y prometen en sus programas la salida voluntaria de la zona euro y la vuelta al nacionalismo monetario. La cesión de la soberanía-afirman-ha dejado a los Estados Miembro sin la capacidad suficiente para mitigar los efectos perversos de la crisis económica.

Este hecho plantea algunas preguntas muy interesantes: ¿qué papel juega el euro como moneda única? ¿de qué manera pueden influir las instituciones en esta problemática? y por supuesto, ¿supone el nacionalismo monetario la solución a la crisis?

El economista y Premio Nobel Robert Mundell, analiza en su artículo «A Theory of Optimum Currency Areas» los beneficios que trae una moneda única para un cierto número de países. Dichos beneficios han sido confirmados por la experiencia, pudiendo destacar la reducción de los costes de transacción en el comercio de bienes y servicios (más del 60% de las exportaciones de España se producen en la zona euro) o en la movilidad de capitales y factores de producción. Asimismo, la moneda única permite facilitar el cálculo económico de los agentes, disminuyendo la incertidumbre de los precios relativos e incentivando la inversión.

Sin embargo, Mundell también investigó los posibles inconvenientes de una zona monetaria, los cuales se plasman hoy en día, en el contexto actual de crisis económica. En efecto, para Mundell, resulta un problema el hecho de que los países que no pueden mantener el empleo se vean obligados a reducir los salarios reales en lugar de poder recurrir a la devaluación de su moneda.

Frente a esta concepción, el economista y también Premio Nobel Friedrich Hayek, quien dedicó gran parte de sus trabajos a la teoría monetaria, afirma que el verdadero problema de la moneda única es el componente político. Hayek no creía en el euro porque lo veía inviable políticamente. Arrojó sus dudas sobre la posible creación de un ente supranacional y «supuestamente neutral» que en la práctica se constituya como un nuevo monopolio gubernamental de la emisión de dicha moneda única. Nos estamos refiriendo al Banco Central Europeo. La propuesta de Hayek se dirige a un modelo de competencia entre monedas privadas, recogida en su polémica «Teoría de la desnacionalización del dinero».

Por tanto, la conclusión más importante que podemos señalar es que hay que diferenciar claramente, por un lado, lo que significa el euro como moneda única que reduce las transacciones y permite la libre movilidad de personas, bienes y capitales, y por otro lado, lo que las instituciones monetarias puedan hacer con el euro.

El Banco Central Europeo ha adoptado una serie de políticas expansivas que han comprometido la estabilidad de una moneda única que, si estuviese sujeta a un tipo de patrón o a una regla monetaria  desligada de los gobiernos,  podría dar muchos beneficios.

Son los gobiernos que acusan al euro y al mercado libre los mismos que manipulan la emisión de moneda en base a fines puramente políticos.

La vuelta al nacionalismo monetario supone acrecentar de nuevo el poder de los Estados.  El euro ha obligado a que muchos países realicen por fin las necesarias políticas estructurales de liberalización de los mercados, reformas que no se habrían llevado a cabo nunca si cada gobierno pudiese devaluar su propia moneda (como hizo España en sucesivas ocasiones a principios de la década de los 90) y crear así una competitividad falsa.

Gracias al euro los gobiernos se han vuelto algo más disciplinados, y nosotros los ciudadanos podemos ser más conscientes de las falacias de nuestros políticos…

James Buchanan y la Public Choice: Una aplicación para el caso de España, el gobierno, y sus medallas.

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El pasado 9 de enero se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de James Buchanan, fundador de la Escuela Public Choice y Premio Nobel de Economía en el año 1.986 por «haber elaborado los fundamentos de los contratos teóricos y constitucionales para la toma de decisiones económicas y políticas».

La  Public Choice no es una escuela económica. En cambio, puede definirse como una corriente de pensamiento que se aproxima a la ciencia política  a través del empleo de los métodos y modelos económicos para tratar de explicar cómo funcionan los gobiernos y la clase política.

Los teóricos de la Public Choice reciben una gran influencia del economista Wicksell, quien insistía en estudiar el papel del Estado más allá de la mera imagen de «déspota benevolente».  En efecto, la economía de Keynes había diseñado las funciones clásicas del Estado definidas posteriormente por Richard Musgrave, a saber: provisión de ciertos bienes y servicios públicos, redistribución de la riqueza y estabilización de la economía.

James Buchanan y sus colegas trabajaron para desmitificar esta concepción de Estado paternalista, y lo hicieron precisamente a través de la base metodológica del homo oeconomicus (hombre económico). Los políticos, al igual que el resto de los individuos, son agentes que tratan de maximizar su utilidad, sujetos a ciertas restricciones. Por ello, una de las conclusiones claves de Buchanan es que el objetivo prioritario de los gobiernos no es el bienestar colectivo de la ciudadanía. El único interés de los políticos es mucho más sencillo: ser reelegidos para gobernar.

El problema del «mercado político» es que la oferta y la demanda no funcionan como en el resto de mercados. En primer lugar, la oferta de servicios públicos que un partido político puede prometer es únicamente eso, palabras al viento que habrá que esperar a que se confirmen con el tiempo. Respecto a la demanda, esto es, los votantes, tal y como demostró Anthony Downs (también miembro de la Public Choice), es que los ciudadanos nos encontramos en un estado de «rational ignorance» o ignorancia racional. Esto significa que los votantes no disponemos de información ni de motivación para evaluar los posibles costes o beneficios de votar racionalmente.

Por ejemplo, si votamos por una determinada sanidad pública, no podemos saber cuál es el verdadero coste de la misma, ni tampoco sabremos los beneficios que obtendremos de  dicha sanidad (tal vez, particularmente yo pueda pagar muchos impuestos para financiar la sanidad pública y jamás tener que usarla por no ponerme enfermo).  Esta circunstancia evidencia que votemos al menos malo, o tal vez votar contra el político al que odiemos.

Debido por tanto a la incertidumbre en el tiempo, los políticos pueden prometer tanto como quieran.

Dicho esto, es fácil aplicar la teoría de Public Choice al caso de España. Si bien podría considerarse un avance el hecho de que la Constitución española fuese modificada para imponer un techo del déficit público para el Estado central y las autonomías, el Gobierno siempre guarda un as en la manga.

Reflexionemos: ¿ por qué Montoro, Rajoy, o cualquier político de turno únicamente se centran en los datos del déficit público mientras que, en cambio, ignoran la cuestión de la deuda pública que, por cierto, ya ronda el 100% del PIB?

La óptica de la Public Choice responde con claridad: Al gobierno de España no le importa la recuperación de la economía. No hay planes de austeridad. No existen recortes sobre el Estado porque ataca a sus propios intereses. Lo que buscan es el endeudamiento para seguir manteniendo el gigantesco aparato político y burocrático.  No les importa el endeudamiento de España, ya que quienes tendrán que devolver esa deuda (más los intereses) son personas que aún no pueden votar. Lo mismo ocurre con el problema de las pensiones públicas y tantas otras promesas y garantías que caen por su propio peso, como las medallas que Rajoy se cuelga anunciando que 2014 será el año de la recuperación económica, como si fuese gracias a la labor del Estado. Yo matizaría que, si ha de llegar la recuperación en 2014, no será gracias al Estado, sino a pesar del Estado…